La mayor parte de las personas fallecidas durante la llamada crisis sanitaria lo han hecho sin compañía de sus familiares y además sin la necesaria despedida de un funeral digno. Prevenir la muerte indigna y los funerales sin alma que se han dado durante la crisis del coronavirus SARS-CoV-2 es imprescindible (1).

La nueva normalidad ya ha roto muchas expresiones de lo que realmente nos hace humanos.  Así que cuando la muerte llame a nuestras puertas o a la de los seres queridos es bueno haber pensado sobre el tema.

El miedo a morir frente a un virus infeccioso no puede imponer la muerte indigna com ha sucedido durante la primavera 2020 en casi todo el planeta.

Por tanto, en todo lo que concierne al morir y la despedida del ser querido, hay que repensarlo para que no nos vuelvan a deshumanizar argumentando el imperativo legal.

Ante la muerte indigna, morir en casa

No hay duda que la crisis sanitaria del coronavirus ha  impuesto el morir indigna, es decir, sin la compañia de nuestros seres queridos. Los fallecidos supuestamente por el virus Covid-19 (SARS-CoV-2) lo han hecho aislados en pasillos sombríos, arrinconados en habitaciones o intubados en salas de cuidados intensivos, cuando no en la camilla de una ambulancia camino de ninguna parte (2).

No evocaremos aquí  los dramas humanos vividos en residencias y hospitales (3). Pero, hay que prepararse para cuando el Estado vuelva a implantar la muerte confinada e indigna.

Sí unos sanitarios protegidos podían atender a los «infectados» terminales, también lo hubieran podido hacer los familiares más directos. Es una cuestión de dignidad y de responsabilidad.

Ants de dejar abandonado a un ser querido en una lúgubre habitación o pasillo de hospital, la mejor opción, es llevarlo a casa. En este sentido hay que pensar en disponer del documento de voluntades anticipadas para que en caso de gravedad nos lleven a casa.

Mejor morir acompañado que rodeado de seres queridos en casa que abandonados entre tubos y personal sanitario estresado.

La muerte como tema de conversación
La muerte es la forma natural de cerrar el ciclo de la vida. Morir es trasladarse a una casa más bella, se trata sencillamente de abandonar el cuerpo físico como una mariposa abandona su capullo de seda, decía la doctora Elisabeth Kübler-Ross.

Para adentrarse en la muerte digna primero hay que asumir la importancia de morir. Morir forma parte de nuestra vida y hay que asumirlo con naturalidad.

¿Sabemos como afrontar los últimos días de un ser querido? ¿Cómo diseñar una despedida para poder hacer un buen duelo? ¿Cómo nos gustaría ser atendidos en caso de enfermedad terminal?

En el  libro Cuando el final se acerca. Cómo afrontar la muerte con sabiduría, su autora  concluye que tenemos poco que temer respecto a morir y mucho que preparar.


Últimas voluntades firmadas y no terminar en un hospital

Legalmente, toda persona tiene derecho a decidir la atención que quiere recibir en los últimos momentos. Esto se conoce como las últimas voluntades.

Cuando aparece una enfermedad agresiva que puede devorar la salud de un ser humano en horas o semanas, surgen diferentes opciones.

La tecnificación médica siempre nos aleja de nuestros seres queridos y nos convierte en lacayos de protocolos médicos que casi nunca son exitosos en los casos terminales.

La farmacología actual palía el sufrimiento físico, pero no el emocional. Cuando una persona sufre, el mejor calmante físico y psíquico es estar rodeada de seres queridos y bañada por su aura de amor .

Hay que reflexionar sobre cómo a uno le gustaría morir. No es lo mismo el frenesí de la sala de una unidad de cuidados intensivos con mil tubos enchufados que la paz de nuestro hogar.

Cuando no es posible un funeral digno

Ya apuntamos que el rito funerario no es un simple trámite, sino uno de los logros más importantes de la cultura humana. Despreciarlo como han hecho las normas sanitarias durante el Estado de alerta es inhumano.

La crisis sanitaria ha puesto en evidencia que las empresas funerarias no son más que puros gestores de cadáveres y que les importa poco el respeto de los ritos funerarios.

Cualquiera sabe que un rito funerario existe como ceremonia presencial. Un funeral no es un acto transmisible en streaming. Era mejor aplazarlo y prepararlo con más amor si cabía todavía.

El funeral como reunión de personas para celebrar el traspaso

Un funeral es un espacio de presencia donde celebrar la nueva «vida» de un ser querido. Un espacio para recordar con intensidad y expresar los sentimientos compartidos entre los presentes.

La importancia social de un funeral ha facilitado que se concedan permisos laborales retribuidos para asistir al funeral de un ser próximo.

La prohibición de las expresiones emotivas íntimas como ha impuesto el Estado de alerta no puede argumentarse ni por razones de seguridad.

La dignidad de un ritual funerario debería ser inviolable. En el peor de los casos, si no hay más remedio, lo mejor es aplazarlo y organizarlo adecuadamente cuando se pueda.

No hay ninguna regla que diga que un ritual funerario debe realizarse de forma inmediata a la muerte de la persona.

El único principio inherente a la cultura funeraria humana, desde hace siglos y en todas las culturas, es que las exéquias permitan recordar con la intensidad emocional necesaria al ser querido perdido.

A conitnuación exponemos cuatro reglas para no olvidar y poder celebrar un ritual funerario digno.

Esta quizas ya sea una imagen para la historia pues concentrarse, abrazarse o sentir el calor humano para despedir a un ser querido está ya limitado sin argumento veraz alguno.
Primero: Pensar en un funeral minimalista y respetuoso con el medio ambiente

Esto supone rechazar la mayor parte de los «servicios» de las empresas funerarias convencionales en aras a personalizar la ceremonia.

Lo único obligatorio es dar destino al cadáver. Legalmente, por ahora en España sólo es posible la inhumación o la cremación.

Para ello basta simplemente trasladar el cuerpo en un féretro desde el lugar del deceso hasta el cementerio o crematorio.

En el cementerio no es obligatorio poner la lápida grabada de inmediato. Y en el crematorio no hay prisa para que nos entreguen las cenizas.

En España los ataúdes de cartón no existen, pero si los de madera local, rústica, sin tratar y por tanto un producto austero.

Segundo: Diseñar un ritual funerario postentierro o postcremación con tiempo suficiente
El funeral es el rito que nos permite abrir en nuestro corazón el recuerdo de la vivencia vital compartida

Un cierto tiempo y distanciamiento entre el rito funerario y el fallecimiento tiene a su favor que permite reunir más detalles emocionales para enriquecer la ceremonia.

Un compás de espera entre el fallecimiento y el funeral siempre facilita el duelo. El tiempo permite que podamos reunir los recuerdos o testimonios más sutiles que nos sirvan para homenajear plenamente la vida del ser querido.

Y finalmente, el tiempo, sea en un acto en una iglesia o en plena naturaleza o en cualquier otro espacio donde reunir a la familia y amigos, permite que haya una participación más activa.

El tiempo permite aflorar palabras emotivas que enriquezcan la ceremonia, elegir con más propiedad las piezas musicales que gustaban al fallecido o facilitar la participación de otras personas próximas al fallecido.

El tiempo, si se escoge la cremación sin ritual o directa, permite ritualizar la despedida esparciendo las cenizas con familiaridad y honor en el mejor espacio posible para recordar al difunto.

Tercero: No dejar que la empresa fúnebre asuma la organización del rito fúnebre

Deberíamos asumir que a la empresa funeraria le corresponde por tarea exclusivamente dar tratamiento al cuerpo fallecido.

En una sociedad madura,  el recuerdo de un ser querido nunca lo deberíamos delegar a «unos profesionales» o comerciales fúnebres

Recordemos que en España la figura del Director Funerario no existe. Así que no hay expertos que sean empáticos y capaces de dar la intensidad emocional que una ceremonia fúnebre exige

En nuestro país, con las prisas que se exige el tratamiento del cadáver junto con la organización del rito fúnebre, convierte los funerales españoles en un trámite sin corazón.

El colmo ha llegado con la crisis sanitaria del Covid-19 cuando el funeral se ha limitado a una retransmisión o un grabación en mp4 enviada por mail.

Cuarto: Cuestión de actitud
Aceptar nuestra propia muerte nos predispone a disfrutar intensamente del tiempo de vida y de las personas que queremos y la naturaleza que nos rodea.

Hay que pensar en la muerte, asumirla como algo natural y estar persuadido que un ritual funerario es algo sagrado.

Aceptar nuestra propia muerte y la de los demás seres humanos nos predispone a vivir con mayor coherencia y responsabilidad.

Aceptar nuestra propia muerte  nos predispone a disfrutar intensamente del tiempo de vida y de las personas que queremos y la naturaleza que nos rodea.

Y cuando llega el final, el funeral es el rito que nos permite abrir en nuestro corazón el recuerdo de la vivencia vital compartida.

Si este poema que transcribimos a continuación te resuena, entonces la próxima vez que te impidan acompañar el proceso de morir de un ser querido y organizar un rito funerario digno, quizás recuerdes los consejos que te hemos ofrecido.

Puedes llorar su partida.
O puedes sonreír porque lo que ha vivido
Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva...
O abrir los ojos y  mirar con orgullo que se ha ido.
Tu corazón puede estar vacío por no verla más.
O puede estar lleno del amor que se compartió.
Puedes dar la espalda al mañana y vivir en el pasado...
O puedes ser feliz por el mañana y por el pasado...
Puedes recordar y sólo recordar que ella ya no está
O puedes conservar su memoria y dejarla vivir en esta...
Puedes llorar y encerrarte, estar vacío y dar la espalda...
O puedes hacer lo que soñaste conjuntamente...
de sonreír, de abrir los ojos, de amar y de seguir adelante.

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