Una educación para la muerte de las niñas y los niños es imprescindible. Si en la escuela se explican las ciencias de la vida, con información sobre como se nace, se alimenta o se reproduce un ser vivo, también hay que incluir cómo es el proceso del final de la vida.
Es imprescindible enseñar la realidad del proceso de morir en la naturaleza y en el ser humano en particular. También lo es facilitar el entrenamiento emocional respecto a las pérdidas (y no sólo relacionadas con el morir).
Enseñar o acompañar para la muerte tiene un valor formativo indudable ya que permite explorar las potencialidades humanas afectivas de una forma práctica.
La educación para la muerte facilita la conciencia sobre el morir como una presencia que llena la vida de sentido y de valor. Es cierto que aprender sobre el morir no corresponde únicamente a la escuela, pero esta debería integrarla.
Educar con consciencia sobre la mortalidad hace valorar el presente, prepara para la pérdida o el tránsito, amplia el concepto de amor y nos responsabiliza socialmente.
La muerte permite expresar sentimientos únicos y apreciar en ella la belleza inherente de la armonía cósmica.
Diversos autores señalan que entre todos los miedos infantiles habituales no se encuentra el temor a la muerte (Kübler-Ross, 1993). Algunos investigadores han demostrado la plena capacidad de comprensión de la muerte en la edad infantil y juvenil.
Contrariamente a las creencias de la psicología del desarrollo, disponemos de investigaciones que señalan que la capacidad de comprensión de la muerte en la edad infantil es elevada y ha sido tradicionalmente subestimada (Victoria Talwar, Paul L. Harris y Michael Schleifer, 2011).
En concreto, se ha observado que los más pequeños son capaces de comprender en buena medida que la muerte es un final biológico, que afecta a todos los seres vivos, que se conecta con el cese de las funciones corporales y que hay un sentido de trascendencia en ella.
Una buena parte del temor a la muerte o de las inquietudes que esta genera se transmiten por los miedos de la familia o la sociedad.
La muerte silenciada o sin explicación está por todas partes, especialmente la que se expone en los medios de comunicación. El silencio y la desinformación es lo que convierte a la muerte en tabú y algo temible.
Lo que si es evidente es que en la edad infantil la muerte es un fenómeno que genera curiosidad. Indagar en cómo sucede el proceso de morir y la muerte es una asignatura pendiente en los espacios educativos escolares e incluso los familiares.
Durante la edad escolar, entre un 4 a 7% del alumnado han lidiado con una muerte en el ámbito familiar o cercano y han captado los conceptos de irreversibilidad, universalidad y causalidad de la muerte (Christine Fawer Caputo y Jacques Cherblanc. 2022).
Cuando la muerte ha alcanzado a alguno de los alumnos, la ayuda de psicólogos escolares, facilita comprender los aspectos biológicos y espirituales de la muerte.
Hoy disponemos de suficientes investigaciones para construir una imagen más completa de la ontogenia y la filogenia sobre cómo los seres vivos se enfrentan a la muerte, incluidas las sociedades humanas.
En concreto puede ser de gran ayuda como los diferentes colectivos humanos afrontan la muerte y la visión de la trascendencia del ser humano expresada desde la diversidad cultural antropológica.
Estas informaciones sobre la cultura de la muerte desde la visión antropológica son una ayuda inestimable para consolidar una realidad no traumática psicológicamente de la muerte.
Educar y sensibilizar sobre la muerte en el ámbito escolar es una estrategia educativa clave para abordar la cuestión de la temporalidad humana y romper con el tabú que la acompaña habitualmente.
Cuando educamos para la muerte, lo interesante es centrarse en los aspectos relacionados con los ciclos de la vida y en la propia definición de "ha muerto". Estas aproximaciones de observación fácil evita que una realidad natural acabe siendo tóxica para la esfera emocional de la persona.
El acercamiento a la muerte exige aceptar la incertidumbre. Incertidumbre sobre el sentido vital, dudas sobre como se vive la experiencia. Así que abordar una pedagogía de la muerte es hacerlo desde honestidad ante la conciencia de la propia finitud que nos propone este fenómeno.
En términos generales la psicología infantil reconoce cinco características que acompañan a la comprensión de la muerte: tres de carácter biológico y dos de tipo filosófico.
Entre las de carácter biológico, la primera es que la muerte es un fenómeno universal, es decir, que todos los seres vivos nacen y mueren y que todo lo que empieza acaba.
Su irreversibilidad es otro de los conceptos. Una vez ha muerto un ser vivo, ese no vuelve a la vida terrenal y por tanto su cuerpo se queda sin funciones vitales: no respira, no le late el corazón, no piensa, su cuerpo queda inerte. Estas tres características son relativamente sencillas de abordar para que las/los niñ@s las comprendan.
Más allá de estas de tipo biológico, surgen dos preguntas de tipo filosófico, ¿por qué morimos? o ¿qué sentido tiene la muerte?, es decir, la causalidad de la muerte y por supuesto, la gran pregunta de todo ser humano: ¿la muerte es el final?.
Esta última cuestión es la que nos pone frente al inicio de la no dualidad, un ámbito complejo porque queda al margen de la observación de nuestro entorno. Una realidad que nos confronta a abandonar la idea cuerpo-espíritu/alma para simplemente asumir la unidad del Ser.
En esta última cuestión, la religión y las convicciones filosóficas o espirituales de cada cultura marcan la comprensión sobre el más allá de la muerte; pero este ya es otro gran tema.
Cualquier programa educativo, sea familiar o escolar, debería atender a dar respuestas tanto racionales como emocionales para estos conceptos.
Contra todo pronóstico, cuando se aborda desde esta perspectiva, las/los niñ@s asumen la muerte con naturalidad.
Un buen ejemplo de ello lo ilustra la película Nuestro último verano en Escocia (2014) de Andy Hamilton y Guy Jenkin, en la que se muestra la naturalidad con la que un grupo de niñas/os encaran la muerte de un ser querido.
La conciencia de la muerte es clave para asumir que la vida es quién nos proporciona a cada persona oportunidades diferentes y, por tanto, muchos tipos de vida.
Sin embargo, en la muerte todos los seres vivos somos iguales pues solo hay una muerte. Educar con conciencia de la realidad de la muerte es impulsar la idea que cada momento de la vida es único e irrepetible. El presente es la máxima expresión de la Vida, ya que ignoramos si habrá un mañana.
Entonces, vivir con conciencia es asumir la responsabilidad vital frente a la finitud imprevisible que proporciona la inevitabilidad de la muerte.
Ayudar a superar la mirada parcial de la educación en cuanto a la muerte y generar una pedagogía de la muerte más consciente, es un reto social imprescindible.
Curiosamente, ya vivimos en un entorno donde la muerte es omnipresente (medios de comunicación, cine, literatura, en la vida real, etc.) pero sin información adicional.
Por eso es fundamental que se documente la muerte desde sus diferentes ámbitos (sobre los procesos médicos y biológicos, etnológicos y espirituales, etc.) para que sea observada desde la edad infantil de forma holística.
Tanto la ciencia de la tanatología como el estudio de las experiencias cercanas a la muerte (ECM) facilitan el trabajo educativo.
La aproximación a la fenomenología de la muerte desde la humildad, pero con voluntad firme, refuerza el empoderamiento emocional y la resiliencia vital de las/los niñ@s cuando evolucionen a la edad adulta.
El acercamiento a la muerte siempre entraña una profunda comprensión racional sobre la vida. A través de esta se abre la puerta a una experiencia humana emocional más armónica a lo largo de su desarrollo vital.
Cada maestrillo su librillo y las recetas para afrontar como explicar la muerte a los más pequeños son diversas. Desde aquí proponemos nuestra particular receta con cuatro ingredientes sencillos, pero efectivos.
Hablar de la muerte sin tapujos. Cuando la muerte se infiltra en el entorno infantil hay que hablarles sobre ella, con naturalidad, con claridad, para que se despejen las dudas que puedan surgir y que quizás no sepan plantear sin más.
El mundo natural ofrece numerosos ejemplos de que todas los seres mueren, incluidas las flores y las hojas. Cuando se habla abierta y honestamente sobre la muerte, el río de emociones que la idea de pérdida o despedida genera fluye mejor.
Evitar cualquier metáfora información engañosa. Los términos empleados por el mundo adulto como "falleció", "deceso", "pérdida", pueden ser confusos. Lo mismo las metáforas de que se han ido de viaje,etc. Aunque no lo creamos, de entrada las/los niñ@s salen beneficiados cuando se les explica la muerte de una manera sensible y realista para su edad.
Dejar que participen en los rituales de despedida. Todo ritual sirve precisamente para procesar aspectos de la vida complejos, como la muerte. En este caso, los sentimientos que emanan de la muerte pueden procesarse mejor cuando se permite despedirse del ser querido a su manera. Es beneficioso integrar a las/los niñ@s en las ceremonias fúnebres.
Utilizar recursos audiovisuales, cuentos, películas. Ya hemos facilitado algunos recopilatorios de recursos que ponemos a disposicion en esta web que permiten abordar las cuestiones que le puedan surgir al niño cuando visualiza una muerte en algún recurso audiovisual o cuento.
Hay mucha literatura al respecto en la que se dan protocolos y se organizan servicios diferentes para dar asistencia psicológica cuando la muerte se da en la edad infantil.
Para introducir la muerte en el ámbito educativo lo esencial es plantearlo de forma que el niño lo asuma como algo de su vivencia, no desde la interpretación del adulto, que es lo habitual en la mayor parte de los ámbitos educativos.
La muerte conlleva sentimientos, emociones, en parte relacionadas con la supervivencia, pero también de los apegos materiales y vitales.
De ahí que hay la necesidad de aprehender que la muerte humana está insertada entre dos opciones: la de la indiferencia, que conlleva el miedo y la de la trascendencia, que aunque con múltiples versiones, facilita asumir los conceptos más filosóficos del ser humano.
Algunos colectivos trabajan sobre cómo tratar el tema de la muerte desde la educación. También hay recursos pedagógicos para abordar precisamente el tema de la muerte en el ámbito escolar. Y por supuesto cuentos, libros y películas muy adecuadas para plantear procesos educativos relacionados con la educación sobre la muerte.
En algunas ciudades hay cementerios históricos en los que hay arte funerario significativo e incluso tumbas de personajes culturales o relevantes. Puede ser que ofrezcan visitas escolares y sin duda es un recurso pedagógico también para explorar. A modo de ejemplo: en Málaga, en Zaragoza, en Barcelona, etc.
La visita de vestigios históricos ibéricos o romanos nos puede acercar a reflexionar sobre los rituales mortuorios. La visita a espacios memoriales de guerra puede ser útil para conocer experiencias de personas que han sacrificado su vida por compromiso social.
La educación para la muerte es, por tanto, un proceso de desarrollo en el cual se transmite conocimiento y vivencias relacionadas con el fenómeno de la muerte y sus implicaciones.
Finalmente, una de las derivadas de la muerte es el proceso de duelo del que hay numerosas guías al respecto para tratarlo en la infancia y la adolescencia.
Esta cuestión ya está muy difundida en el ámbito escolar y dispone de protocolos específicos por lo que sugerimos algunos recursos disponibles (1) (2) (3).
En el artículo La Muerte y su Enseñanza, de Agustín de la Herrán y Mar Cortina publicado en 2009, proponen una serie de consejos que son básicos para un “acompañamiento educativo desarrollado desde un adecuado distanciamiento empático que evite los errores habituales":
– No alejarles del escenario afectivo: No aislarles cuando vienen otras personas o familiares a expresar sus condolencias, ni enviarlos a otro hogar o de viaje: Integrarles en el entorno afectivo inmediato.
– No recurrir a esquemas propios del tipo “Si A entonces B”, porque actuaremos egocéntricamente y evitaremos una empatía de calidad. Muchas veces toman la forma de muletillas sutilmente impositivas: “Haz esto”, “Haz lo otro”, “Vete a tal sitio”, “Léete aquello...”, “Habla con tal persona”, “No te preocupes”, “No llores”, “Llora”, “No lo pienses”, “No te enfades”, “Todo irá bien”, etc.
– No tratar al niño como alguien emocionalmente distinto: Concederle los mismos privilegios emocionales que a los adultos para expresar sus sentimientos: negación, abandono, tristeza, amor, afecto, hostilidad, rabia, culpa, etc.
– No ponernos en el lugar del niño perdiendo la perspectiva y la distancia, porque no haremos más que proyectar(nos) y no le podremos observar ni escuchar.
– No mentir: No decir que se ha ido de viaje, se ha dormido, se ha ido al cielo, te está mirando desde una estrella, etc.
– No aislar al niño de las penas de los demás: El niño tiene capacidad de afrontar situaciones reales. Si lo desea, hacerle participar del proceso gradual de enfermedad y muerte.
– No darle todo hecho: Que busque una nueva sabiduría en el educador que le acompaña.
– No llevar la voz cantante: No interrogar, no juzgar, no hacer interpretaciones, etc.
– No evadirse: Comunicar al niño que los adultos no tenemos todas las respuestas.
– No hacer asociaciones: No asociar muerte a pecado o castigo, a cansancio de la vida, a enfermedad, a culpa: Ayudar a que el niño se diferencie de la persona muerta: él es una persona saludable.
– No desconfiar de la capacidad de reparación, recuperación y resiliencia del niño. Los niños tienen la sabiduría para hacerlo.
– No precipitar, interferir o acelerar su proceso de duelo evitando que recorran íntegramente su tristeza. Si les permitimos terminar su recorrido, probablemente les veamos salir del túnel a tiempo y con una conciencia renovada.
En síntesis, el filósofo griego Heráclito de Éfeso (540-480 a. C.) lo expresó bien claro: "Inmortales mortales e inmortales mortales, viviendo la muerte de aquellos y muriendo la vida de estos": además de vivir la vida, se puede vivir la muerte, y morir la vida.