Cada difunto, cada cadáver, debería verse como una aportación para dar continuidad a la Vida. Una contribución a que la muerte sea fértil, en lugar de un residuo del que desprenderse con la máxima rapidez posible.
El sector funerario es ajeno a la crisis socioambiental planetaria con absoluta impunidad. Una ceremonia funeraria no debería ser el peaje de dar descanso al cuerpo sin vida al margen de la necesaria sostenibilidad socioambiental.
Los cementerios deberían dejar de ser metrópolis de cadáveres en putrefacción. En la era de la sostenibilidad, los cementerios deberían ser espacios verdes, memoriales y de contribución a la fertilidad natural.
Lamentablemente, al sector funerario les importa poco que Naciones Unidas impulse los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio como advertencia para salvar la civilización humana actual.
El sector funerario levanta tanatorios suntuosos, esparce hornos crematorios por doquier, transporta cadáveres con vehículos que contaminan. Con su actividad empresarial deja un rastro de residuos y contaminación que contribuye al proceso de degradación de nuestra civilización.
No hay organizaciones sociales ni gubernamentales que denuncien la insostenibilidad del sector funerario. Parece que señalar las malas prácticas funerarias pudiera llamar la atención de la muerte. Quizás porqué nadie quiere anteponerse ante Don Dinero, el Rey funerario.
En una cultura separada de la Vida y sus ciclos biológicos, la muerte en lugar de considerarse un regalo para que haya más Vida, se aprecia como algo que hay que combatir.
La muerte la combate la medicina, la bioengeniería, la física o la cibernética. La ciencia en todas sus ramas busca la inmortalidad física, algo que a todas luces es inmoral desde la comprensión de la naturaleza de la que formamos parte.
La búsqueda de la autosuficiencia, de la simplicidad, de la naturalidad y de la responsabilidad moral, deberían ser características de una nueva cultura funeraria.
Es urgente de alcanzar la visión del funeral natural y la simplicidad. Vivimos un momento en que nuestra civilización avanza hacia el abismo, ya que nuestro estilo de vida materialista expolia sin miramientos nuestro propio futuro como especie.
Despedir a los nuestros con criterios ecológicos puede ser el principio para rescatar a la Vida. Por eso, innovaciones como el compostaje de cadáveres, como ya hemos comentado, y la renovar el concepto de inhumación, deberían ser una prioridad de investigación en lugar de ser una rareza para sorprenderse. Compostar es dar fertilidad a la tierra.
La fertilidad es el único proceso de la naturaleza que vence a la línea temporal, ya que en el proceso evolutivo. Gracias a la fertilidad se reconvierte aquello a lo cual se le ha terminado su “tiempo vibracional” en un nuevo tiempo funcional. La fertilidad transmuta la materia muerte para darle nueva vida útil a otros seres vivos y, por tanto, al conjunto de la propia biosfera.
Podemos tener la sensación que todo tiene un punto final ya que todo lo que nace, envejece y muere. Cuando la muerte se gestiona para que toda la materia viva vuelva a la naturaleza, entonces sus componentes orgánicos se unen al ciclo de la fertilidad y se renueva la Vida.
En el suelo, cada día que pasa todo se rejuvenece. Aunque parezca un oximorón, el humus es más joven a cada momento gracias a los aportes minerales y orgánicos que recibe sin cesar.
La fertilidad es el gran invento de la Vida para visualizarnos la eternidad de la que formamos parte. La fertilidad es quien sustenta la Vida. Cuando más viejo es el suelo, más fértil y más Vida es capaz de albergar.
El suelo de un bosque viejo es más fértil y más vital que un suelo joven. Aplicarse en fertilidad, debería ser la tendencia del sector funerario,. Hay que fomentar que los cuerpos sin vida retomen el camino de una nueva juventud que emana de la fertilidad del suelo de este rico y vital planeta.
Que nuestra muerte se convierta en fertil debería ser un concepto moral inexcusable. Somos materia orgánica y agua, dos realidades básicas para la Vida.
En el momento que la Vida deja de vibrar en la materia orgánica, sus componentes biológicos básicos buscan regresar al polvo de moléculas que nos conformó. Es una práctica esencial de la Vida, reciclar la materia.
El actual procesado funerario no facilita ser parte de este reciclaje vital para que la muerte sea fértil. El ciclo fértil de la naturaleza se activa una vez estamos muertos e inicia el reciclaje a través del tanatomicrobioma.
Una pléyade de organismos recicladores aparece cuando somos enterrados directos al suelo. Sin embargo, cuando se nos encierra en un nicho de cemento a cal y canto o se nos volatiliza con el poder calorífico de los combustibles fósiles, esta vuelta a los ciclos biogeoquímicos se dificulta.
Cierto que la Vida es capaz de atravesar el sellado funerario o de reciclar las cenizas cuando estas se esparcen en el medio natural. El retorno a la tierra, cuando la inhumación es en tumba o se incinera convierte a la muerte en fértil.
Sin protestas contra el actual sistema funerario, sin reflexión sobre la ecología de la muerte, aceptamos y renunciamos así a un principio básico de nuestra existencia material: volver a la tierra para nutrirla de fertilidad.
En definitiva, con la actual gestión mortuoria interrumpimos o retrasamos la última conexión con los sistemas naturales del planeta al que pertenecemos, e impedimos que la muerte sea fértil