La contaminación afecta a los cementerios convencionales y estos no están exentos de exportarla dentro del entorno urbano que su ubican y su impacto ambiental es continuado.
Pueden haber sido diseñados como jardines, pero cuando se inhuman cadáveres tratados con productos tanatoprácticos y dentro de ataúdes barnizados, los productos que contienen se liberan al entorno.
El entierro en un cementerio convencional hace uno uso intensivo de recursos (hormigón, mármoles, granitos, etc.) y los féretros pueden contener productos tóxicos. Algunos estudios demuestran que no son inocuos y que su huella ecológica es superior en algunos casos a la incineración.
El documental de 2014, A Will for the Woods, describe el problema de un funeral típico (de estilo nortemaericano). Este documental nos recuerda que "Solo en los EE. UU., se colocan en el suelo aproximadamente más de medio millón de ataúdes en su mayoría de madera virgen, se consumen sesenta mil toneladas de acero y un millón y medio de toneladas de hormigón armado. A todo ello, se le añaden los dieciocho millones de litros de líquido de embalsamamiento tóxico cada año".
Para el mantenimiento de los jardines fúnebres se consumen grandes cantidades de agua y productos fitoquímicos.
Existen algunos manuales de buenas prácticas en el mantenimiento de cementerios para reducir el impacto ambiental que conlleva.
En el siglo XIX, se diseñaron nuevos cementerios para dar un tratamiento más digno de los seres queridos fallecidos. Así nació el cementerio paisajístico o ajardinado, concebido también com un espacio verde urbano muy necesario para ciudades cada vez más pobladas.
Los cementerios fueron en algunos casos los primeros parques públicos, donde la gente incluso iba a hacer picnic, relajarse y cortejar.
Hoy la presión urbanística en las grandes metrópolis plantea un nuevo reto a los cementerios. Uno de esos retos es la necesidad de revisar las prácticas de entierro convencionales.
Las prácticas funerarias modernas que aplican técnicas de conservación transitoria con productos químicos altamente tóxicos como el formol, amenazan la calidad ambiental del entorno urbano. Lo mismo sucede con los féretros fabricados con barnices orgánicos y tapicería sintética.
En 1995, la Universidad Tecnológica de Sydney publicó un informe donde se examinaba a nueve cementerios y crematorios en Australia. Encontró que el mayor problema con estas instalaciones era la filtración de contaminantes desde los ataúdes hasta las aguas pluviales y capas freáticas subyacentes.
Un informe de la Agencia de Medio Ambiente del Reino Unido de 2004 advertía sobre los posibles contaminantes de las aguas subterráneas de los cementerios. Su publicación fue demoledora.
En este informe se valoraban todos los factores que conducen a la contaminación del suelo y las aguas subterráneas debidas a la inhumación. Lamentablemente, tanto en la materia orgánica e inorgánica de los difuntos, como en los componentes de los ataúdes convencionales hay contaminantes tóxicos.
La inclusión de la naturaleza en los entornos urbanos se argumenta para reducir la contaminación, literal y figurativa, de la moderna ciudad industrial.
Los grandes parques creados en el siglo XIX en muchas ciudades y sus cementerios paisajísticos son una prueba de ello.
En el siglo XXI limpiar las ciudades de influencias contaminantes vuelve a ser una necesidad. Sin embargo, no se aprecia necesaria la ambientalización de los cementerios urbanos ni las prácticas de mantenimiento en los equipamientos fúnebres.
No hay suficiente conciencia sobre la toxicidad de las prácticas funerarias modernas de entierro tanto en cementerios o en crematorios, ni de los productos acumulados por los fallecidos, incluidos radioisótopos de terapias radiológicas (1).
Se piensa que un entierro en el cementerio es inocuo. Y no lo es. Un cadáver inhumado que ha recibido el servicio de embalsamamiento con formol y derivados similares contamina.
Contaminantes en los fallecidos
Los cementerios actuales están acumulando nuevos riesgos de contaminación para la ecología y la salud. En Estados Unidos cada vez más gente quiere ser enterrada con su móvil y otros gadgets electrónicos.
En el mundo occidental son habituales los implantes con silicona. La silicona para implantes estéticos no es "inerte" como se pretende. Los implantes de silicona contienen siloxanos volátiles líquidos como D4 octametilciclotetrasiloxano y D5 decametilciclopentasiloxano. Estas sustancias permanecen en los cadáveres.
Algo parecido pasa con las amalgamas de plata y mercurio que se utilizaban en las endodoncias desde casi dos siglos. Para evitar la contaminación de mercurio de estos implantes dentales, la Unión Europea (UE) se ha propuesto eliminar la amalgama de mercurio dental en 2030.
Desde julio de 2018, está prohibido el uso de empastes de mercurio en los tratamientos de dientes de leche, a menores de 15 años y mujeres embarazadas o en periodo de lactancia. Y a partir de 2019 sólo podrá utilizarse esta sustancia en la amalgama dental si está encapsulada.
Esta legislación asegurará que en el futuro se evite la presencia de mercurio en los cadáveres.
Pero el gran problema de contaminación en los nichos y tumbas de los cementerios está enterrado y se conservará por muchos siglos. Las tumbas de la Guerra Civil en los Estados Unidos, por ejemplo, contienen cuerpos embalsamados con varias fórmulas secretas no reguladas, mezcladas con arsénico. Estos tóxicos permanecen en las fosas donde se practicaron los entierros.
El embalsamamiento, muy extendido en Estados Unidos y Francia, sigue siendo también un servicio ofertado por las funerarias españolas. Muy pocas utilizan, cuando es necesario un producto de conservación transitoria ecológico como el Bio Sac 200.
El formaldehído, es un producto carcinógeno que inyectado a un cadáver, termina por depositarse en el suelo y, finalmente, se filtra al agua subterránea.
En los nichos y tumbas de los cementerios no sólo quedan los huesos sino también los residuos tóxicos inyectados al cadáver. Los productos tóxicos salen de las fosas funerarias cuando estas se limpian.
Es hora que los gestores de los cementerios españoles presionen al sector funerario para erradicar las prácticas de tanatopraxia y conservación transitoria. La formación de tanatopractor se sigue ofertando.
La tanatopraxia consiste en inyectar productos químicos tóxicos. Es una actividad que contribuye a que los cementerios alberguen una una tóxicidad latente en forma de contaminación retardada.
No valoraremos el impacto de tumbas o mausoleos, dado que lo habitual es el nicho. Actualmente, los nichos con modulares, con una dimensión unitaria de 0,80 x 2,80 x 1,15 m y un peso aproximado por módulo de 1.250 kg de hormigón armado de una resistencia de 35 N/mm2 (HA-35) y acero B5000S que incorporan en la base una caída interna del 2 % para la evacuación de fluidos tal como establece la reglamentación.
Están equipados con orificios de evacuación de líquidos y gases hacia las cámaras posteriores, donde se coloca sosa cáustica, y chimeneas dotadas con filtros de carbón activo para lograr la filtración adecuada. Evidentemente, los nichos pueden ser construidos en obra y ser históricos con otras características de fabricación.
Luego hay que tener en cuenta que actualmente, los cierres se realizan con paneles de poliuretano de 0,9 m2 sellado con tipo silicona (fácil de colocar y mantener), que asegura la estanqueidad de la cámara. Luego sobre esta se coloca ya la losa o lápida en el material escogido, sea mármol o granito o cualquier otro según la normativa del cementerio.
El impacto ecológico del hormigón es suficientemente importante ya que a nivel mundial consume el 9 % de toda el agua de uso industrial y en torno al 5-7% de las emisiones totales de CO2 que se vierten a la atmósfera (1). Se calcula que por cada tonelada de hormigón que se produce se emite 0,9 tonelada de CO2 a la atmósfera (2).
El cemento, el ingrediente clave que le da al concreto su resistencia, se produce quemando piedra caliza en hornos a una temperatura de 1.260 °C a 1.650 °C. El proceso de combustión utiliza carbón en polvo o gas natural y consume una gran cantidad de energía y liberando dióxido de carbono (CO2) de la combustión. (3)
Sin embargo, y a modo de dato básico, nos limitaremos a valorar la huella ecológica del modulo de un nicho de hormigón de acuerdo con los cálculos para este material (4). Un nicho emplea alrededor de 1.250 kg de hormigón) y el factor de emisión por tonelada de hormigón es de unos 900 kg de CO2 a la atmósfera (4a). Por tanto, por cada nicho se emiten 1.125 kg de CO2, pero dado que se estima que la vida media de este material sería de unos 80 años, en realidad las emisiones anuales por nicho serían de 112,5 kg de CO2.
Si contabilizamos que anualmente se inhuman 270.688 fallecidos (datos 2020), el impacto provocado por el uso de nichos equivaldría a emitir 30.452 toneladas de CO2.
En otras palabras, el hormigón prorrateado por la vida útil de los nichos empleados en el 2020, provoca las mismas emisiones que recorrer 3.045.240 km en coche (calculando un gasto de 100 gramos de CO2 por cada kilómetro recorrido en un auto de gasolina eficiente), o sea el equivalente a cubrir 8 veces la distancia de la Tierra a la Luna (384.400 km).