La muerte no es el final de la vida, está en el alma de cada ser humano como experiencia. La muerte forma parte de la belleza de la vida misma; solo es la puerta hacia una nueva experiencia existencial.
Otra cuestión es que en nuestra sociedad la muerte se haya convertido en la herramienta para estimular el miedo y permitir el control social.
La muerte forma parte de la belleza de la Vida misma. Por eso, más que nunca hay que impulsar la cultura de que la muerte no es el final sino un evento que nos recuerda la importancia de vivir en el presente.
Más allá del cuerpo físico el ser humano tiene la capacidad de legar sus pensamientos y su acción social.
Más allá de lo que una persona pueda pensar sobre la vida y la muerte del ser humano, hay la evidencia del fin del cuerpo físico.
El cuerpo físico acaba por desaparecer un día, pero su vivencia con otros seres humanos, sus pensamientos, sus actuaciones, estas permanecen en la memoria colectiva de los que convivieron con aquel ser. Esta memoria, nostalgia o recuerdos se transmite en la línea de tiempo.
Esto está claro en el caso de los grandes pensadores o en los inventores y científicos, pero también permanece entre las personas comunes.
Todos los seres humanos dejamos un legado. Desde el profesor que impactó en nuestra juventud, hasta el cariño que transmitimos a la familia o los amigos.
Algunas personas sienten que tras la muerte de un ser muy querido este les acompaña permanentemente. Las experiencias con espíritus son una realidad que algunas personas pueden percibir.
Una compañía no corpórea desde un plano no perceptible por los sentidos, pero que nuestro espíritu/alma o nuestra intuición siente. Hay múltiples libros sobre estas experiencias.
La muerte de un ser querido acaba siendo siempre un impulso para vivir desde nuestra alegría vital y reafirmarnos con nuestro propósito vital.
Es desde esta visión que podemos compartir realmente los mejores anhelos con el resto de las personas.
Es desde esta visión que la muerte no es el final y se convierte en un impulso para conectarnos con nuestra verdadera función en esta existencia terrenal.
A veces debemos encontrarnos con la muerte para no sólo sentir el necesario duelo, sino trascenderlo.
Es así como nos contagiamos para cooperar a favor de una nueva humanidad basada en el amor, el respeto y la paz.
Querer vivir sabiendo que la Vida tendrá un final, nos hace poderosos ya que la mortalidad es la que realmente da sentido a la Vida.
La paz, el amor, la amistad son algunos de los gozos que atesoramos porqué sabemos que son efímeros. Una mariposa que pudiera vvir para siempre no es realmente una mariposa.
Agustín de Hipona (354 - 430) escribió decenas de cartas. Alguna de ellas reflexionando sobre la muerte, como la carta 263 a la santa hija Sápida sobre el año 420 DC.
En ella transmitía una idea novedosa en la época: "Dios le restituirá su cuerpo; no se lo quitó para destruirlo, sino que difirió el devolvérselo. No hay, pues, motivo para una larga tristeza, pues es mayor el motivo de una alegría sempiterna".
Existen un buen número de poemas que expresan con igual libertad la necesidad de enfocarse en qué la muerte no es nada.
Henry Scott Holland, canónico inglés (1847-1918), escribió un texto tomado de un sermón fúnebre que reitera esta idea de que la muerte no es el final.
"La muerte no es nada. Simplemente pasé a la habitación de al lado. («Death is nothing at all, I have only slipped away into the next room.»)
¿Por qué estar ausente de sus pensamientos? ¿Sólo porque no me ven?
No estoy lejos… estoy sólo al otro lado del camino. Verán, todo está bien".