Tras las restricciones impuestas por el Estado de Alerta durante la pandemia Covid-19, las funerarias implantaron como opción la vía telemática. Había nacido la retransmisión de los funerales por diferentes plataformas online.

Aunque las funerarias reconocen que este recurso no sustituye la calidez de un velatorio presencial, lo argumentaron como una opción para facilitar una mínima participación.

Sin embargo, el confinamiento general, una situación semejante a la de un conflicto bélico, las funerarias no quisieron separar el ritual propiamente del tratamiento legal que se impone a un cuerpo fallecido, sea inhumación o incineración.

Cuando legalmente se impide celebrar o ritualizar la pérdida de un ser querido con el cuerpo presente, entonces la sociedad debe priorizar la espera.

Es preferible celebrar el funeral más tarde (sin el cuerpo presente que habrá sido gestionado según la legalidad vigente) cuando se levanta la alarma, y con una ceremonia con alma y bien preparada.

Lo que la pandemia nos ha legado es inadmisible
La retransmisión en streaming por video de los funerales supone un auténtico atentado a la celebración de la despedida de un ser querido fallecido. Foto Sigmund-e en Unsplash

La retransmisión online de un funeral en difusión "privada" y como medida de urgencia fue una obscenidad. Las funerarias ahora ya ofrecen este servicio y han equipado los tanatorios para ello.

En algunas grandes ciudades, los sistemas de filmación en tanatorios incluyen varias cámaras dotadas de programas de edición automatizada. En definitiva, se han equipado a modo de plató televisivo.

La pandemia, y su consecuente estimulación del miedo a la muerte, también fue la excusa para que el deceso dejara de ser algo íntimo y se aceptara como un trámite más tras el certificado de defunción.

Las restricciones para acceder a los últimos momentos de un ser querido en un hospital han puesto de manifiesto que la muerte en el entorno sanitario ha perdido su lado humano.

Ante estas realidades sociales, se vean desde la óptica que sea, una sociedad debería reaccionar renunciando a que la atención de los últimos momentos sea fuera del hogar familiar.

Y es que las restricciones hospitalarias a la visita o atención del muriente han llegado para quedarse. De ahí que es importante ser consciente que la muerte acompañada en un hospital ya es historia.

La importancia del testamento de las últimas voluntades
Con una medicina que prioriza la medicalización intensiva en el final de vida la probabilidad de morir de forma indigna es muy alta. Foto de Mufid Majnun en Unsplash

La ley prevé que toda persona pueda escoger el tratamiento médico que quiera, dado que este siempre debe ser un acto informado y con consentimiento.

Sin embargo, en la medida que la sanidad se ha posicionado por sus intereses económicos, hay que ser conciente que intentará por todos los medios apostar por el bienintencionado, pero ensañamiento terapéutico.

Los enfermos terminales y moribundos ofrecen una oportunidad de negocio farmacéutico y sanitario de primer orden.

Cada vez más se hacen intervenciones quirúrgicas en personas de edad muy avanzada que no pueden justificarse en términos de calidad de vida del paciente.

Lo mismo sucede con la administración de medicamentos experimentales de costes elevados, gratis para el usuario final (que pagamos entre todos, habitualmente). 

Estas inercias existían antes de la pandemia, pero se han consolidado de forma alarmante. De ahí que la protección del cuerpo físico ante esta persecución del "cliente hospitalario" (ambulancias, sanitarios, quirófanos, fármacos, médicos, enfermeras, celadores, etc.) sea la renuncia expresa al tratamiento médico prescindible.

Esta renuncia hay que legalizarla a través del documento de voluntades anticipadas o testamento vital. Una realidad que todavía muy pocas personas en términos estadísticos han realizado

La atención domiciliaria del enfermo terminal, acompañada de los cuidados paliativos necesarios, es la única atención humana que garantiza un proceso de morir digno.

Las fiestas de despedida no se filman
Garantizar la calidad de vida del paciente terminal y permitir que tenga un funeral según haya planificado son derechos inalienables. Foto de Luis Galvez en Unsplash

Probar nuevos productos para captar clientes forma parte del objetivo del capitalismo. Pero, que estos nuevos productos respeten la dignidad humana o la salud ya es otro cantar.

Convertir la ceremonia fúnebre en un espacio mediático (aunque sea con una cierta privacidad) o el velatorio online, es claramente contrario a los efectos psicológicos que hay en toda pérdida de un ser querido.

El consumidor, ante el dolor del duelo por su ser querido, está indefenso. La explotación sin miramientos de la retransmisión de funerales online tomado carrerilla.

Así que el servicio de grabación y emisión del funeral en directo por internet (streaming) o para ser visualizado en diferido, se ha implantado de forma generalizada.

Las funerarias argumentan que las nuevas tecnologías permiten que todo el proceso funerario sea seguido por las personas que no puedan asistir de forma presencial a la ceremonia.

La filmación editada de la ceremonia funeraria a la familia no es gratis. Gracias a la pandemia, las funerarias han añadido un nuevo producto fúnebre en su catálogo de venta.

La grabación de un ritual de alta emotividad debería ser impedida por el propio "cliente". Con el argumento de la empresa funeraria de que es un "recuerdo" familiar y la falta de reflexión social sobre el tema, la filmación de funerales va ganando terreno.

La ciudadanía debería rechazar la retransmisión de los funerales a través de plataformas online para "facilitar su seguimiento". La muerte no se sigue, si vive y se expresa el dolor de una pérdida de forma personalizada.

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