Un perro muere atropellado, un niño encuentra un pájaro muerto en su césped. Fallece una persona mayor o escuchamos las noticias sobre los muertos en una contienda bélica.
Todas las personas se encuentran en algún momento con la muerte, incluso desde la más tierna infancia y a menudo de forma inesperada. No es solo que nos sintamos incómodos hablando de la muerte (aunque definitivamente lo estamos), es más que eso.
Nos gusta fingir que la muerte no existe ya que somos una sociedad que "niega la muerte" o incluso propaga que la ciencia nos hará inmortales. Se evita todo recuerdo que nos acerque a la consciencia de la propia mortalidad.
La pérdida, la impermanencia y la muerte son características de la vida y sin embargo, son difíciles de afrontar para la mayoría.
En una sociedad amorosa con la vida, se propiciaría el acercamiento a la muerte desde la vivencia directa. Esta viviencia puede ser cuidar a los moribundos, sentarse al lado de un fallecido en un velatorio, visitar un cementerio para observar la inhumación o entrar en un planta de cremación para conocer como se opera el proceso.
Pero también se pueden proponer experiencias de "laboratorio" como puede ser observar el proceso de putrefacción de un pequeño animal como propone el ilustrador Jan Thornhill en su libro para niños I found a dead bird.
En una sociedad sana, las actividades de acercamiento al proceso de morir deberían estar presentes en todos los momentos de nuestra existencia. En algunos casos estas podrían ser más especializadas, como acompañar a los equipos de cuidados paliativos o estar presentes en las entrañas de una empresa funeraria.
La educación sobre la muerte es esencial para normalizar la muerte como algo natural. Sólo incorporando la pedagogía de la muerte en la enseñanza se puede facilitar asumir la muerte como parte de la vida.
Una certeza es clara: la "buena muerte" esta reñida de la muerte medicalizada tan arraigada en la sociedad consumista actual. Una medicina que incita a los tratamientos prolongados y favorece la inconsciencia en la agonía, impide vivir con plenitud la propia muerte.
La educación sobre la muerte puede ayudar a preparar a las personas para este tránsito, y a las familias abordar y lidiar con el duelo necesario ante la muerte de un ser querido de una manera más conciente y personalizada.
Nuestra propia mortalidad y la de nuestros seres queridos la sentimos dolorosa y amenazante. Sin embargo, se esquiva la idea de la decadencia, del declive de la biología humana.
La cultura globalizadora actual apoya y se confabula para hacernos creer que disponemos de la tecnología para sortear la muerte; incluso nos intentan vender la criogenización del cuerpo fallecido para poderlo resucitarlo en el futuro.
Pero a la vez se nos impone el miedo de morir, algo que se agitado de forma insistente en los medios de comunicación de masas durante la pseudopandemia Covid-19.
Es pues imprescindible asumir la muerte como parte de la vida, y por tanto ritualizarla consecuentemente. Aprender sobre nuestra mortalidad a día de hoy se estructura incluso como ciencia, la tanatología. Sin duda es un paso para avanzar en liberarnos del miedo a morir.
El término tanatología proviene del dios griego Thanatos, la personificación de la muerte. Este dios generalmente se conoce como una figura negativa y despiadada en la mitología griega.
La tanatología es el estudio académico de la mortalidad o la muerte. Esta disciplina académica abarca una amplia gama de materias, incluidas la sociología, la biología, la filosofía, la psicología, la economía e incluso la literatura y el arte sobre la muerte.
La tanatología también se adentra en los cambios médicos que afectan al cuerpo durante el proceso de morir y después de la muerte, a la vez que de los procesos de duelo y las prácticas rituales relacionadas con la muerte.
Un interés que nace tardío
El término tanatología lo usa por primera vez el científico ruso y premio Nobel, Ilya Ilyich Metchnikoff (1845-1916) en su obra The Nature of Man: Studies in Optimistic Philosophy de 1905. Este científico argumentó que las personas en el proceso de morir tienen pocos o ningún recurso científico sobre lo que significa esta experiencia.
La tanatología como materia académica arranca en 1956 cuando el psicólogo norteamericano Herman Feifel (1915-2003) organiza el primer simposio de psicólogos sobre la el tema de la muerte, con el título El concepto de la muerte y su relación con el comportamiento.
Tras el evento, Feifel se encargó de reunir las aportaciones que sus participantes presentaron en una compilación titulada The Meaning of Death (1959). obra que se considera el punto de arranque de esta materia.
El libro resultante reunió 125 artículos que argumentaban la necesidad de disipar los mitos y tabúes existentes sobre la muerte, el más dañino de los cuales es la negación de su importancia para el comportamiento humano.
Sin duda, The Meaning of Death, influyó en otros investigadores del tema como Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004) quien en su obra On Death and Dying (1969) argumentó los estadios emocionales de la agonía.
Feifel, advertía que era necesario realizar más investigaciones para ayudar a quienes se enfrentan a la ansiedad, el miedo o el dolor en el proceso de la muerte. Hoy en día, la tanatología se puede cursar a nivel universitario en varias facultades de todo el mundo.
La tanatología agrupa pues a un conjunto de visiones todas ellas centradas en el estudio de la muerte y cómo reaccionan los seres humanos ante ella. Esta disciplina explora las diversas formas de morir, los estadios de la persona moribunda y las necesidades de ella y su familia, o el derecho a morir dignamente (eutanasia, suicidio) entre otros aspectos.
También se valoran las prácticas post mortem (inhumación, cremación, etc…) así como la parte más antropológica dedicada a los rituales fúnebre, con sus diversos símbolos, prácticas de duelo, etc.
No hay una forma concreta de categorizar los ámbitos de trabajo de un tanatólogo, porque las opciones van desde la vertiente más médica-biológica a la psicológica (atención del duelo, etc.) pasando por la etnología y la filosofía.
En España, con sede en Tenerife, existe la Sociedad Española e Internacional de Tanatología que organiza cursos y eventos sobre el tema. También hay algunas universidades que ofrecen un diplomado en tanatología, el cual en su currículum encontramos materias destinadas a la comprensión de la muerte y cómo esta influye en las personas.
La tanatología como estudio universitario no incorpora las técnicas de los cuidados paliativos ni el tratamiento médico para personas moribundas, ni tampoco los estudios forenses. La tanatología tiene una aproximación a la muerte más psicológica, filosófica y antropológica.
Iniciativas destacables
A nivel internacional, la Asociación para el estudio de la muerte y la sociedad (ASDS) ubicada en el Reino Unido, publica la revista Mortality y desde Estados Unidos se publica Omega: journal of death and dying.
Más allá de estas propuestas académicas, el debate a nivel más cotidiano se centra en cómo abordamos como sociedad la práctica médica de los últimos momentos de vida.
Hay que fomentar el proceso de morir con plena consciencia y evitar que la persona queda ajena a ello debido a las prácticas médicas invasivas y prolongadoras de la agonía inconsciente.
Lamentablemente, tras la alerta Covid.19, la muerte protocolizada se ha instaurada en la mayoría de los hospitales modernos (a no ser que el paciente haya inscrito su renuncia a ella con un Testamento Vital).
El proceso de morir debería ser un verdadero acto de amor. En este sentido vale la pena recordar la letra de Parce que escrita por el cantante francés Charles Aznavour (1924-2018): Je ne me soucierai ni de / Dieu, ni des hommes / Je suis prêt à mourir si tu mourrais un jour / Car la mort n'est qu'un jeu comparée à l'amour / Et la vie n'est plus rien sans l'amour qu'elle nous donne. Parce que.