Hazte estas preguntas. ¿Qué significa para ti la idea de la muerte? ¿Cómo te hace sentir?. Lo más probable es que la idea de la muerte desencadene miedo o ansiedad en ti. Es posible que no te sientas nada cómodo con la idea de morir o que anuncien que tu vida tiene un final cercano.
La investigación muestra qué en nuestra sociedad occidental moderna, la negación de la muerte es una actitud común. Lo cual es muy contradictorio en sí mismo cuando lo piensas, ya que la muerte es, en última instancia, lo único que no podemos evitar que suceda.
Contemplar la muerte, incita a los beneficios de vivir la vida con mayor conciencia y propósito. Pero, cuando alguien no valora la vida y quiere salirse de ella, por dignidad hay que facilitar que el tránsito esté impregnado de amor.
Hay una certitud legalmente reconocida y es que la vida humana debe ser digna. Lo expresa la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y la propia Constitución Española de 1978 en su artículo 10 sobre los derechos fundamentales "La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social."
Así pues la vida humana tiene dos causas que la anulan, la primera, la muerte inevitable, consustancial a nuestra naturaleza biologica y, la segunda, cuando la muerte deja de ser digna.
Ante una vida indigna, la persona pierde la autonomía moral del individuo, la libertad de decidir cómo vivir y, por tanto, tampoco puede morir de acuerdo con sus ideas o creencias.
El respeto por la vida humana no puede negar el principio de la dignidad a lo largo de toda su existencia. Desde las instancias gubernamentales y por respeto a la libertad y dignidad no se puede impedir la autonomía moral del individuo y la libertad ideológica de orientar su vida conforme a sus creencias o ideas.
La aprobación de la eutanasia, a pesar de la complejidad del proceso de solicitud actual, reconoce este respeto básico por la vida digna y por tanto la muerte digna. Ningún Estado debería erigirse como propietario o guardián de la vida de sus individuos. Esta sólo les compete a ellos.
El castigo histórico social a los suicidas, esgrimiendo argumentos religiosos, es contradictorio a la libertad de creencia que emana del concepto de dignidad humana. Cuando se atiza el temor a la muerte, prometiendo la vida eterna a cambio de la sumisión, este es un atentado a la libertad humana.
El buen morir fue ya una preocupación en la Grecia Clásica. El filósofo y botánico Teofrasto, (371 aC - 287 aC) cita en su obra a un tal Trasias de Mantinea que con varias hierbas (adormidera, cicuta y otras) disponía de una pócima indolora para morir (1).
Así que la eutanasia o muerte programada con procedimientos indoloros y fáciles fue un clásico en la época. Zenón de Citio (hacia 334 aC - 260 aC), fundador de la escuela estoica decidió morir junto a otros acólitos, mediante un ayuno gradual, en cuanto creyeron que sus capacidades habían menguado de forma irreversible.
Prolongar la existencia indigna no sólo fue un hecho en la Grecia Clásica sino que se extendió a la época romana. Se cita que el científico y militar romano Plinio el Viejo (23dC - 75 dC) ya admitía que "de los bienes que la naturaleza concedió al hombre, ninguno hay mejor que una muerte oportuna, y óptimo es que cada cual pueda dársela a sí mismo".
Los filósofos de la época defendían claramente que la calidad de vida debe imponerse a la duración de esta. El filósofo Séneca (4 aC - 65 dC) era más explícito "Nadie puede perder mucho cuando el agua se escurre gota a gota. Morir más pronto o más tarde no es la cuestión; morir bien o mal, ésa es la cuestión; pero morir bien supone evitar el riesgo de vivir mal".
Este mismo filósofo advertía que "Los que dicen que hay que aguardar el final que la naturaleza determinó, no se dan cuenta que bloquean el camino hacia a libertad".
La imposición del cristianismo en el ámbito cultural terminó con esta defensa de la libertad por morir bien. La prohibición o el castigo por facilitar la ayuda al suicidio de otro persona se ha prolongado hasta nuestros días.
De hecho la regulación de la eutanasia practicada por un especialista no está generalizada y está muy intervenida por el Estado. El suicidio asistido y con dignidad sólo está permitido en Suiza.
El concepto de vida digna, a pesar de estar reconocido legalmente no es más que un formalismo jurídico. En la práctica, la sociedad del siglo XXI se ha lanzado a los brazos de la indignidad, aunque esta esté vestida para aparentar lo contrario. En realidad, de momento, la persistencia indigna se soluciona con antidepresivos y, al final, con paliativos que impiden la muerte consciente.
A pesar de la aprobación de la Ley Orgánica 3/2021, de 24 de marzo de regulación de la eutanasia (LORE) y de una Sentencia del Tribunal Constitucional 19/2023 de 22 de marzo que avala la legalidad de la norma, siguen apareciendo obstáculos para quiénes lo solicitan.
La Sentencia del Tribunal Constitucional deja claro según manifiesta la Asociación DMD “el documento de instrucciones previas (o documento equivalente, según ha quedado referido) es requisito indispensable para que el paciente que no fuera «capaz y consciente» [art. 5.1 a)] pueda recibir, cumplidos el resto de los requisitos legales, la prestación de ayuda para morir que la Ley Orgánica ha instituido”.
Además, añade que “la constatación de aquella incapacidad lo será con independencia de que existan o se hayan adoptado medidas de apoyo para el ejercicio de su capacidad jurídica” .
Está claro que el intento de judicializar la decisión de optar por la eutanasia se aprecia en la Ley madrileña 1/2023, de 15 de febrero, de creación de la Agencia Madrileña para el Apoyo a las Personas Adultas con Discapacidad (AMAPAD) la cual es presuntamente ilegal.
La motivación de esta zancadilla legal responde a la estrategia política de la ideología religiosa anclada en los poderes políticos. No les importa el resultado, tan sólo obstaculizar el desarrollo de los derechos civiles y dar pábulo a una minoría social. Una minoría que tiene miedo a que las personas decidan en libertad. De esta manera sutil pretenden imponer sus creencias antilibertad a toda la sociedad.
Mientras en algunas comunidades autónomas la prestación de la eutanasia funciona con normalidad, en otras, muchas peticiones se encuentran con demasiadas dificultades.
Lamentablemente, todo depende de la voluntad política de cada región a la hora de garantizar este nuevo derecho. La ley de la eutanasia recoge un derecho, no una obligación, ni siquiera para las personas que la han tramitado. Sin embargo, este derecho sigue siendo menospreciado por una minoría poderosa.
La clave en la solicitud de la eutanasia es la voluntad de morir del paciente motivada por su sufrimiento. Presentada esta, la ley obliga a una evaluación profesional que tiene que "certificar una experiencia de sufrimiento", es decir, evaluar una experiencia psicológica que pertenece a otra persona (un auténtico oximorón).
El sufrimiento tanto físico como psicológico no puede expresarse sólo con el lenguaje y la observación. El sufrimiento no puede ser objeto de discusión, ya que es una experiencia que abarca la totalidad de la persona (sistema nervioso, cognitivo, creencias, emociones, etc.) y sólo es evaluable por quién lo padece.
A los expertos les es imposible comprender la voluntad de morir frente a la persona que sufre. No todas las personas sienten el dolor de la misma manera. La eutanasia es un choque frontal contra el paternalismo médico y con una tradición cultural que nos obliga a vivir “hasta que el cuerpo aguante”.
Cuando la persona se plantea la eutanasia no es una huida del sufrimiento o una negación de la naturaleza humana, sino una aceptación de sus limitaciones. Es una toma de conciencia de la libertad individual y de la autonomía relacional.
Vivir es mucho más que respirar. ¿Para qué seguir viviendo si no existe ninguna fuente de satisfacción? ¿Qué sentido puede tener vivir sin memoria, sin reconocerse a una misma, ni a los seres queridos? La eutanasia es una expresión de los valores que fundamentan los derechos humanos.
Más allá de que en la apariencia nos puede parecer que los Estados ofrecen la posibilidad de la muerte digna, la realidad es bien al contrario, no sólo en España sino en el resto de Europa donde la eutanasia está regulada.
Los recursos de la asociaciones llamadas "provida" contra la regulación de la eutanasia intentan arrinconar esta opción. La objeción médica, aunque regulada, también firma contra ella. Y es cierto que la vida tiene sus propios vericuetos para cada persona, pero la libertad del individuo debería prevalecer y ser inviolable.
El número de suicidios en España sigue al alza. En 2022 fueron 4.097 personas muertas por suicidio (las declaradas), lo que supone un aumento del 2,3% respecto al año anterior. La mayoría de esas muertes voluntarias acaban siendo violentas (saltar de un edificio, tirarse a la vía de un tren, tomarse dosis letales de medicamentos, ahorcarse, etc.).
En 2021 había en España 3.717 personas diagnosticadas con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y sólo el 34 por ciento (1.264) van a sobrevivir a los cuatro años de recibir el diagnóstico. Su muerte será dolorosa e indigna. En España en 2021 se practicaron 75 eutanasias (de estas, 29 en Catalunya y 15 en el País Vasco).
Para ser claros, siguiendo el dato estadístico, imaginemos que mueren unos 300 afectados de ELA al año. Pues el resultado muestra que si todas las eutanasias practicadas en 2021 hubieran sido sólo de afectados de la ELA (que no es el caso) sería como si sólo un 25 % de los que mueren sufriendo de ELA hubieran tenido un final digno.
Así pues, otra realidad relacionada con la eutanasia se puede ver desde la óptica del suicidio. Cualquiera que lo haya intentado o lo haya vivido de cerca, sabe que al suicidio no se llega con alegría y que en la mayoría de los casos acaba siendo traumático en términos de daños al cuerpo humano.
Muchas veces el suicidio es el resultado de no poder gestionar un sufrimiento al que desde la sociedad no se le atiende con compasión ni quiere comprenderse.
Algunas veces el suicida ha manifestado reiteradamente su intención y sólo espera el momento propicio para que no sea abortada su decisión. Ayudar al suicida para que su muerta fuera indolora sería un acto compasivo.
Nadie quiere perder a un ser querido, y pensamos que siempre hay esperanza. Pero no siempre la hay. Es entonces cuando una sociedad madura a nivel de consciencia debería atender compasivamente esta elección y facilitar no sólo el tránsito, sino que esta opción pudiera ser arropada por las personas queridas.
El suicidio asistido ahorra en duelos trágicos y quizás como sociedad podríamos, no sólo empatizar, sino comprender mejor la decisión del suicidio, cuando no hay otra opción para el sufridor.
Lo mismo sucede con la enfermedad terminal y su sufrimiento, que en este caso la ley de la eutanasia si valora como opción. Si fuéramos más compasivos y menos coartadores de la libertad, la tramitación de la eutanasia sería más fácil para las partes, tanto para el que quiere irse como para los que se quedan.
La asistencia al buen morir no implica contribuir a que haya más muertes, sino que pone las bases para que el buen vivir prevalezca y se apoyen las medidas que lo hagan posible. En definitiva, la asistencia al buen morir es apoyar una ética del buen vivir.