La muerte es un paso necesario para dejar entrar nueva vida y albergar la paz de la condición eterna que nos configura como seres.

Nuestra cultura se opone a la muerte y no sabe conjugar la serenidad de este acto vital con toda la existencia y el propio sentido de la vida. Muchos pensadores nos alertan de la importancia de incorporar la muerte como algo digno en lugar de la vertiente trágica que toma casi siempre.

La fenomenología de la muerte como cambio inexorable e ininterrumpido es esta danza que marca el propio ciclo vital.

La trinidad de toda existencia

La serenidad que debería enmarcar todo el proceso vital para muchos seres humanos se pierde en el último acto. La muerte es un paso necesario para dejar entrar nueva vida y albergar la paz de la condición eterna que nos configura como seres.

Cómo defienden numerosas culturas humanas la Vida, toda Vida comporta tres fases que se suceden en un ciclo ininterrumpido: aparición (o nacimiento), despliegue o desarrollo (la existencia propiamente) y la desaparición o transformación (también llamada muerte).

Estas tres fases no están separadas entre si sino que se suceden en el cambio permanente que caracteriza la Vida.


El cambio necesario

La muerte pues vista como parte del ciclo vital es precisamente un episodio necesario en el inexorable cambio que caracteriza lo que llamamos Vida.

Cada cultura asume esta realidad con su visión particular, desde la impermanencia de los budistas hasta la danza de la vida de los hinduistas pasando por el tránsito hacia la eternidad celestial o la transmutación de la parte material que nos conforma, según los animistas.

Nos puede parecer que la muerte es un cambio definitivo porqué dejamos lo que llamamos Vida.

La muerte es el episodio que permite otras existencias en la Comunidad que nos acoge y, sobretodo, garantiza la permanencia y evolución vital de la comunidad humana.

Morir, un acto vital

Cuando asumimos la muerte como el final de algo, de la interrupción de la vida y nos escandalizamos, también asumimos la deshumanización de la vida.

Al fin y al cabo, celebrar y acompañar la muerte es un acto de amor como cualquier otro que imaginemos de la vida que disfrutamos.

Por eso es incomprensible que escondamos la muerte a los niños o que convirtamos este episodio en una tragedia sentimental.

Cuando alguien deja la vida es cuando realmente nos lega su esencia. De la misma forma que asumimos el valor de algo cuando esto está fuera de nuestro alcance y ya no podemos gozar de ello.

La muerte es una pérdida y precisa del duelo, pero también es la asunción de que lo hasta entonces compartido pasa a ser parte de nuestro ser en lo más íntimo.

Lamentablemente, nuestra cultura no estimula esta forma de apreciar la muerte que no es más que un cambio necesario y que esta experiencia de cambio es lo esencial de la propia Vida.

Los mismos átomos que las estrellas

Cuando nuestra existencia asume la constante sucesión de nacimiento, desarrollo y muerte comprendemos su verdadera esencia. Cuando iniciamos un nuevo día tras el descanso nocturno podemos apreciar que nuestra vida transcurre entre el orto y el ocaso solar de forma cambiante.

Lo mismo podríamos observar en el transcurso de una semana, un mes o un año.

Podemos mirar con nostalgia las fotos de cuando éramos bebés sentados en el regazo de nuestro abuelo que ya murió.

En realidad también murió aquel bebé que supuestamente asumimos ser, pues al igual que nuestro ancestro no resucitará tampoco ni lo hará el bebé que fuimos.

El cuerpo del ancestro muerto se ha descompuesto en la tierra, al igual que nuestras células infantiles han muerto para siempre en el torrente sanguíneo y fueron recicladas para convertirse en nuevas estructuras fisiológicas.


La vida es reciclaje eterno

En nuestro interior albergamos lo esencial de la muerte, el recambio, la permanencia, la transformación para un nuevo estado.

Los recuerdos o la nostalgia, no son más que un sentimiento necesario que sirve de combustible para avanzar hacia un nuevo desarrollo, hacia una nueva experiencia.

No podemos vivir una nueva situación si nos aferramos a la que tenemos, algo que es fácil de comprender

Cuando asumimos la muerte como esta bendición esta nos permite ser y gozar de forma efímera de una existencia terrenal con la inmortalidad de los elementos que nos conforman.

Cada uno de nuestros átomos y partículas en algún momento ha formado parte de las estrellas que contemplamos en el firmamento de una noche clara.

Círculos vitales

Puede que la vida nos parezca un misterio insondable, una realidad que supera nuestra comprensión y sin embargo no es más que un ejercicio de transformación que podremos gozar entre la llegada (nacimiento) y la partida (muerte).

La vida es espacio temporal que, más allá de su longitud en la escala del movimiento celeste de la Tierra alrededor del Sol, es tan sólo una forma para que nuestra consciencia eterna pueda asumir el relato de la Vida.

Algunas culturas asumen que el tiempo no existe y es tan sólo una apreciación de la consciencia humana y de la cual como individuos no somos más que una hoja en la rama de un árbol común y que llamamos Ser Humano.


Responsables con la Vida

La responsabilidad con la Vida es también asumir que el resto de seres vivos que nos rodean no son tan diferentes de nosotros.

Una característica básica de la Vida es la inteligencia, algo que imaginamos como exclusivo del Homo sapiens y que hoy empezamos a percibir incluso en las plantas.

Para ello es necesario vivir conscientemente el cambio que marca el palpitar de la Vida (nacimiento, desarrollo, muerte).

La Vida no puede desarrollarse sin este permanente reciclaje que se sucede.

Observar constantemente en la naturaleza sus cambios, sus estacionales o en la propia evolución de los ecosistemas ayuda a contextualizar la Vida humana.

La danza de la vida es lo que debemos abrazar, celebrar y agradecer para morir de forma natural.

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