Es imposible predecir cuándo ocurrirá realmente la muerte. El moribundo puede flotar entre la vida y la muerte durante mucho tiempo, y es fácil pasar por alto justo el momento final.

Cuando una persona se acerca al final de la vida, se producen una serie de cambios en el cuerpo que sirven a preparar el tránsito físico y espiritual.

Estos cambios son normales y aunque son bien conocidos por el personal sanitario, especialmente entre las de cuidados paliativos, no se divulgan habitualmente en el ámbito ciudadano.

Cambios en la piel

La temperatura corporal, especialmente en las extremidades, las manos, los brazos, los pies y las piernas pueden enfriarse, calentarse de forma variable y súbita.  

El color de la piel puede volverse moteado o manchado ya que la sangre puede coagularse o acumularse, particularmente en la base de la columna vertebral, con parches que parecen moretones de color púrpura oscuro.

El rostro puede ponerse pálido, en general, la palidez tiene que ver con la ralentización de la circulación sanguínea.

Estos cambios fisiológicos a nivel de la capa más externa del cuerpo son debidos a una redistribución de la sangre para favorecer al máximo los órganos más vitales y conservar la energía y la homeostasis esencial.

En estos momentos, el cuidado del moribundo requiere mantenerlo caliente, pero a la vez evitando mantas pesadas pues también la sensibilidad dérmica se hace más extrema.

Si la persona se quita la manta, entonces cámbialo por una sábana ligera, un paño húmedo y fresco en la frente y/o proporciona un ventilador.

Estos cambios que pueden asimilarse a fiebres y escalofríos no es necesario tratarlos en términos farmacológicos a no ser que así lo estime el facultativo del paciente.

Cambios en la nutrición

La persona cercana al final de la vida tiende a dejar de comer primero y ya en los últimos momentos incluso beber.

De hecho, se sabe que el tránsito pone toda la atención energética fisiológica en un proceso consciencial y reduce otras actividades que suponen un gasto energético (como la digestión de alimentos que siempre es un consumo metabólico importante). De hecho, en este estado de aparente "inconsciencia" o somnolencia, los alimentos y los líquidos se evitan. La deglución también puede volverse difícil.

En cambio, si que es importante mantener especialmente la boca húmeda de la persona con un paño mojado o incluso aplicar crema hidratante.

En el caso de tomar alimentos o bebida hay que asegurarse que la persona esté despierta y sentada para tragar adecuadamente. Evidentemente, interrumpir la ingesta si comienza a toser o a ahogarse.

Cambios en ir al baño

Producto de este ahorro metabólico en el moribundo, se observa que al reducir la ingesta y la bebida, también se produce una menor secreción de orina y heces.

Por supuesto, en estos momentos, los esfínteres dejan de ser operativos, por lo que es importante dotar al moribundo de pañales.

La orina se volverá de un color más oscuro (como el té) debido a la pérdida funcional de los órganos excretores.

En estos estados de final de vida es importante mantener la piel limpia y seca para prevenir llagas y malos olores. Esto también protege la dignidad del ser querido.

Alteraciones en la respiración

La respiración es otro aspecto que puede experimentar cambios importantes. En primer lugar, se alargan las respiraciones superficiales con períodos de no respirar hasta por un minuto más o menos.

También puede experimentar períodos de jadeo rápido y superficial. Algunas veces hay un sonido de gemido o ronquido conocido como estertores (raneres en catalán).

Se trata de un sonido anómalo que produce el paso del aire por bronquios y alvéolos debido a alternaciones en sus conductos o por la presencia de secreciones patológicas debidas a la misma respiración.

A veces se dan también unos gemidos causadas por la relajación de las cuerdas vocales. Ahí puede haber fuertes sonidos de gorgoteo dentro del pecho debido a la dificultad en tragar saliva.

Esta actividad respiratoria, normal para el paciente terminal, puede ser molesta de escuchar, pero no es incómoda para la persona.

A menudo la respiración se ralentiza, con una inhalación seguida de un tiempo de varios segundos de apnea sin respirar. Esto es conocido como respiración de Cheyne-Stokes y resulta algo inquietante de presenciar.

En estos casos el oxígeno no es útil, a menos que por la enfermedad la persona por prescripción médica lo requiera. Quizás puede ser útil girar su cabeza para que repose de lado sobre la almohada o si la cama es articulada incluso levantar la cabecera.

El bostezo puede incrementarse, incluso cuando está inconsciente o semiconsciente, ya que es una respuesta natural para atraer más oxígeno a el cuerpo.

Los cambios del metabolismo de la respiración y de los fluidos corporales, crean un olor característico parecido al de la acetona.

Cambios en el sueño

Otro cambio importante que se aprecia en los días finales es que la persona puede dormir por períodos más largos, y que le cueste mantenerse despierto. En general se observa que tienen pocas ganas de hablar y mantener otras actividades.  

En procesos terminales dolorosos estos sueños diurnos prolongados pueden ser asimilados a comas temporales para que el sistema nervioso se libere durante un rato de la presión del dolor.

Permanecer al lado de la persona, simplemente estando presente puede ser suficiente. El moribundo puede darnos la sensación que es ajeno a esta presencia, pero no es así.

A veces, incluso en estos estados comatosos o de sueño no está por demás hablar con dulzura con la persona ya que esto en realidad le proporciona comodidad.  

Hablarle pues suave y naturalmente es clave. El testimonio de quiénes han salido de estos estados indica que podían oír e incluso ser conscientes del mensaje transmitido. De hecho se sabe que el oído es el último sentido en "apagarse" al morir.

Según se sienta, y si no hay rechazo, tomar la mano del moribundo puede ser correcto. Lo mismo con actividades tales como cantar, leer, compartir recuerdos y según las creencias de aquella pues orar juntos.

Inquietud y confusión

Otro síntoma que puede aparecer es la inquietud y la confusión. Esta puede manifestarse en que la persona se quite o tire las sábanas, que trate de levantarse y que manifieste desorientación.

Puede que no sepa dónde está, quién es la persona cuidadora o los familiares más cercanos y que hable sin sentido alguno. Ciertamente, esto puede ser angustiante para la familia, pero forma parte de la normalidad del proceso.

Siempre es importante que el umbral de dolor sea el aceptable; en estos casos la colaboración del personal de cuidados paliativos puede ser esencial.

En definitiva, hay que atender al moribundo no sólo a nivel sanitario sino también espiritual. El hogar habitual es el espacio donde todo es más amable para el muriente.

En el domicilio habitual, la persona vive sus últimos momentos en un ambiente que le es conocido y que lo tranquiliza. Todo lo contrario sucede en el ambiente hospitalario lleno de protocolos que de hecho molestan constantemente al paciente.

En el cuidado en domicilio se pueden proporcionar masajes ligeros, poner música tranquila, meditar, y otras opciones que facilitan un tránsito digno y pacífico.

 

>>Texto complementario: la guía Nearing the end of life, de Sue Brayne y Dr. Peter Fenwick.

Fotos: Unsplash.Beautiful, free images.

Compartir :