Cada pueblo tiene su propio rito respecto a la muerte (1). Algunos nos muestran formas de pensar respecto a esta realidad que incitan a la reflexión. Todos estos rituales fúnebres nos reflejan nuestra pureza humana.
Más allá de los ritos, hay una realidad que nos caracteriza como especie y que subyace en los rituales fúnebres.
Se trata de la necesidad de no olvidar a los seres queridos tras la muerte y expresar los sentimientos de amor compartidos en una celebración o ritual.
Los pueblos indígenas y algunas culturas milenarias son las que practican ritos fúnebres más disruptivos.
Precisamente, conocer estas costumbres funerarias puede ser útil para poder repensar nuestra forma de ver la muerte y organizar las ceremonias de tránsito o muerte de forma respetuosa con nuestro entorno.
Una de las religiones más antiguas y menos conocidas en Occidente, es la establecida por el profeta Zaratustra, fundador del mazdeísmo (o zoroastrismo). Las estimaciones históricas sitúan a este profeta entre los años 1800 - 1700 a. C.
De este personaje histórico poco o nada de él se sabe de manera directa, y las pocas referencias que tenemos están rodeadas de misterio y leyenda. Una de las comunidades de zoroastrianos son los parsis, los cuales se refugiaron en la India (en Guyarat) y Pakistán entre el siglo VIII y X, tras la conquista árabe de Persia.
Tras su diáspora, que tuvo como objetivo poder conservar su creencia amenazada por el islam, Los practicantes de esta religión colocan a sus difuntos en lo alto del Dakhma, también llamada Torre del Silencio, que es una estructura circular, levantada y construida en piedra para facilitar la excarnación.
La excarnación es el tratamiento post mortem en el que los cadáveres sean expuestos a las aves de la carroña que comen los restos humanos. Esta práctica también se mantiene en el altiplano tibetano, pero depositando el cadáver descuartizado en un prado accesible a los buitres.
Estas torres del silencio quedaron abandonadas. Sin embargo, en la actualidad en Índia quedan algunas comunidades que siguen practicando este ritual funerario que simplemente deposita el cuerpo en el interior de estas estructuras.
La razón doctrinal de los zoroastrianos para esta práctica funeraria es que su religión, monoteísta, es muy respetuosa con los cuatro elementos de la naturaleza. Por eso, cuando alguien muere, su cuerpo no debe contaminar los elementos, ni quemarse su cadáver (aire y fuego), ni enterrarlo (tierra) o arrojarlo al agua.
Así pues el cadáver se deposita en estas torres sagradas de forma que los huesos limpiados por las aves carroñeras queden calcinados por su exposición al sol para luego ser depositados en la abertura circular del centro. El proceso de duelo es de cuatro días de duración y, por tanto, no hay tumba para el difunto.
La luz que irradia la muerte en la región lacustre de Pátzcuaro (en el Estado mexicano de Michoacán), corazón de la cultura indígena P'urhépecha o purépecha, es un gozo para cualquier ser humano.
El Día de los Muertos (1 y 2 de noviembre) especialmente en esta región, pero también en otras partes de México, el recuerdo de las almas difuntas es una fiesta notable de pura luz y alegría.
La fiesta celebra el gozo que tienen las almas de poder visitar nuevamente el espacio donde vivieron y acompañar a los miembros de la familia. Por eso la familia se reúnen alrededor de la tumba del ser querido fallecido la cual llenan de ofrendas y luz.
En los cementerios de estos pueblos (panteones como los llaman en la región), todas las tumbas se adornan de flores, velas y ofrendas en honor a los difuntos que yacen enterrados en ellas.
Es una noche mágica, espiritual, singular ancestral y mística; una noche donde el color floral, la luz de las velas alrededor de las tumbas, y el acompañamiento y convivencia por parte de familiares y allegados se prolonga hasta el amanecer en ambiente festivo.
Una leyenda p'urépecha narra que al morir las almas vuelan como mariposas monarcas sobre un lago encantado hasta la isla de Janitzio y solo se necesita abrir el corazón para que al atravesar en lancha el lago se puedan ver las almas dibujarse entre las aguas del lago de Pátzcuaro.
Los más pequeños no son ajenos a esta fiesta de recuerdo de las almas. Así, cada primero de noviembre, al amanecer, niños y niñas participan en el ritual de amor de la Velación de los Angelitos.
Caminando junto a sus padres rumbo al camposanto o panteón como lo llaman en la zona, pasarán unas horas frente a la tumba de los seres queridos difuntos su memoria. Mucho nos enseña la noche luminosa purépecha.
En la sociedad aborigen de los territorio del Norte de Australia el rito mortuorio sirve primero para expulsar el espíritu del cuerpo en una reunión familiar donde se fuma colectivamente alrededor del difunto.
Luego los dolientes, pintados de ocre, participan en una comida y danzan alrededor del cuerpo. Finalmente, el cadáver se coloca tradicionalmente encima de una plataforma a una cierta altura y se cubre de hojarasca y ramas y se deja para que se descomponga. De esta forma la esencia del cuerpo está más cerca del cielo
En cambio, en la región montañosa de la provincia filipina de Sagada, los Igorot son más audaces. Esta etnia es conocida por colgar sus ataúdes de los acantilados. Allí, los ataúdes colgantes (hanging coffins) anclados en una pared vertical quedan expuestos a los elementos naturales.
Al igual que en un típico cementerio occidental, los difuntos se colocan junto a sus antepasados, pero en vertical, en altura (sky graveyards). Otro aspecto relevante del ritual es que los ancianos a menudo tallan incluso sus propios ataúdes que guardan para la ocasión.
Esta tradición de enterramiento milenaria de los ataúdes colgantes también se encuentra en otras zonas del planeta como Indonesia y China. Es en este último país, los antiguos pueblos Bo y Guyue del sur de China no enterraban a sus muertos, sino que colgaban sus ataúdes en altos acantilados.
Aunque se desconoce el motivo preciso de este tipo de entierro se cree que colocar los ataúdes colgado de la montaña permitiría al difunto ascender fácilmente al cielo.
Sin embargo, no se pueden descartar aplicaciones prácticas del entierro en acantilados como mantener el suelo libre para el cultivo. Se mantienen ataúdes colgantes en el centro y sur de China, especialmente a lo largo de los remotos valles del poderoso río Yangtze. Los ataúdes colgantes más antiguos, datan de hace tres mil años y fueron hallados en la provincia oriental china de Fujian.
Lógicamente, los ataúdes colgantes de los acantilados se deterioran y acaban cayendo. Para los pueblos que practican este rito, el ataúd colgado en un acantilado es lo más cerca del cielo que pueden estar sus difuntos.
El pueblo malgache (Madagascar) cada cinco o siete años recurre a la ceremonia de la "famadihana" o "el giro de los huesos". Para ello se abre la cripta familiar y se sacan los cuerpos del difunto, los cuales envueltos en tela son exhumados y rociados con vino o perfume.
Mientras dura este rito, una banda toca en el animado evento, a la vez que los miembros de la familia bailan y pasean con los cuerpos. El objetivo es tener la oportunidad para darles noticias sobre la evolución de oa vida de los vivos que los tienen en su memoria e incluso pedir su bendición.
En Madagascar, la muerte no es para siempre. Los muertos entran en el reino de los espíritus. Los espíritus de los seres humanos muertos viven en los árboles, en los animales, en el aire y a estos les gustar regresar a la Tierra de vez en cuando. Enterrados en tumbas familiares, los muertos están fríos y aburridos, y echan de menos a sus familias.
La famadihana es la celebración en la que se abren las tumbas y los muertos, envueltos en sudarios, se les tumba para que descansen y tomen el sol, en compañía de sus familias que lo festejan y bailan con ellos.