Cartel No mires para abajo

No mires para abajo

País
Argentina
Fecha de edición
2008
Duración
87 min
Género
Drama erótico
Dirección
Eliseo Subiela
Reparto

Antonella Costa, Leandro Stivelman, Octavio Borro, Marzencka Novak, Lía Guerrero, Mónica Galán, Hugo Arana

Fotografia
Sol Lopatín
Música
Pedro Aznar
Montaje
Marcela Sáenz
Producción
Pensa&Rocca Cine, Charivari Films, Orgon Films
Distribución
Filmin y Prime Video
Estreno en España
2009
Público
Sinopsis

En cierta medida se puede ver esta película como un acercamiento al sexo tántrico a través de la relación iniciatica de dos jóvenes, Elvira y Eloy en las artes amatorias. Ella le enseña que la línea que separa la vida de la muerte es el orgasmo del vacío absoluto sin eyaculación.

Más allá del argumento de una historia de iniciación al sexo espiritual, claramente podría ser vista como  una película erótica. Sin embargo, la esencia del film es una reflexión sobre la dualidad Eros-Tanatos.

Ambos personajes encarnan cada cual una de aquellas opciones. Ella es una expresión del mundo de Eros (amor/creación), mientras Eloy, que trabaja en la industria auxiliar funeraria de las lápidas, y acaba de perder a su padre, se relacionan constantemente con el mundo de Tánatos (muerte/destrucción).

La casi continua relación sexual tántrica entre la pareja a lo largo del film es simplemente una metáfora de la conquista de la eternidad, algo que además ayudará al protagonista a diluir el dolor de la pérdida de su padre.

Eros y Tanatos

El punto de unión para la conquista de esta eternidad, entre Eros y Tánatos es el orgasmo sin eyaculación, o con retención del semen. A través de esta práctica, según los tántricos la mente desaparece y como por unos segundos muere mientras vuela a otra dimensión.

Elvira le plantea a Eloy en su primera relación sexual: “No quiero ver a Dios después de muerta, quiero verlo aquí en la vida.¡Vamos a buscarlo!”. Y de hecho ella lleva tatuada sobre las nalgas la frase en latín: “Comienza una nueva vida”.

Pero Eloy está sumergido en la pérdida de su padre que no cesa de pensar que le habla desde el más allá. De él, cuando Elvira le dice que no la intente retener, su padre le da un consejo: “En la vida siempre estarás diciendo adiós. ¡Qué eso no te impida amar!”.

El placer quiere la eternidad

Como  bien lo expresa Herbert Marcuse (1898-1979) en su obra Eros y civilización (1955): "El hombre aprende -que en cualquier forma no puede durar-, que todo placer es breve, que para todas las cosas finitas la hora de su nacimiento es la hora de su muerte –y que no puede ser de otro modo.

La muerte puede llegar a ser un signo de libertad. La necesidad de la muerte no niega la posibilidad de una liberación final.

Al mismo tiempo, Eros, libre de la represión sobrante, sería fortalecido, y el Eros fortalecido absorbería, como quien dice, el objetivo del instinto de la muerte".

Este mismo planteamiento subyace en, No mires para abajo que propone que bajo el Eros fortalecido, este absorbería, como quien dice, el objetivo del instinto de la muerte.

Una película llena de mensajes

Esta película de Eliseo Subiela es ante todo un alegato sobre el potencial del sexo para alcanzar estados superiores de consciencia. Una película que complementa la visión esbozada en No te mueras sin decirme adónde vas.

Pero también es una película para saborear la carga espiritual que emana del cuerpo humano cuando se hace el amor con consciencia. En este film el sexo es la antesala para comprender el significado de la muerte como parte de la eternidad de la que pertenecemos.

No en vano la película se inicia con una cita de André Bretón (1896-1966), en torno a la importancia de encarar y encarnar la vida desde la mirada y el tacto de Eros: “Como ocurre siempre en las épocas en que socialmente la vida no vale nada, es preciso saber ver por medio de los ojos de Eros. En el tiempo que está por llegar, a Eros incumbe restablecer el equilibrio roto en provecho de la muerte.”

Y se complementa con otra máxima del pensador sufí persa, Djalâl ad-Dîn Rûmî (1207–1273):

Hay un mar que no está lejos de nosotros;
es invisible, pero no está oculto.
Está prohibido hablar de él,
pero, al mismo tiempo, es un pecado
y un indicio de ingratitud no hacerlo.

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