El cuento de Kisa Gotami es una de estas historias de la tradición budista en que se enseña el poder de la compasión y la impermanencia. Esta joven madre que ve morir su bebé e intenta encontrar un remedio para curarlo.
El peregrinaje de Kisa al encuentro de un remedio imposible la lleva a recorrer un camino que le permitirá comprender el significado primordial de la compasión, la impermanencia y aceptar la naturaleza efímera de la existencia.
Un viaje para conseguir un remedio que a su vez es una metáfora para superar las limitaciones del apego y fomentar la profunda gratitud que emana de la belleza transitoria de la vida humana.
La muerte es una gran maestra que nos coloca en el camino hacia el despertar, si somos capaces de integrar perfectamente su sabiduría profunda. Una enseñanza que estimula la serenidad interior la cual nos otorga el poder de aceptar lo efímero como parte de nuestra vida.
Érase una vez una joven de familia pobre y con una dote irrisoria por tanto. Kisa (“flaca”) Gotami, que así se llamaba, no era muy bien vista por su marido debido a la poca dote que recibió por aceptarla.
En su nueva familia la obligaban a trabajar duramente como si fuera una sirvienta. Con el tiempo tuvo un hijo y en aquel momento empezaron a tratarla mejor. Sin embargo, al poco tiempo de nacer el bebé murió, a pesar de los cuidados y amor que le dio Kisa mientras su hijito estaba enfermo.
Kisa Gotami al ver sin aliento a su hijo lo tomó en brazos y alocada empezó a recorrer la aldea para que alguien le diera una medicina para curarlo.
Algunas se burlaban de ella pues observaban que el bebé estaba muerto, otras intentaban que razonara para que aceptara que estaba muerto.
Finalmente, una vecina le sugirió que fuera a ver al Buda que tenía fama de obrar milagros.
Afligida, sucia y llena de dolor se presentó ante el Buda rogándole una medicina para su bebé.
El Buda miró con dulzura a Kisa Gotami y al hijo difunto que traía en sus brazos y se compadeció.
Para ello le ofreció una medicina: tenía que traerle una semilla de mostaza, pero con la condición que proviniera de un hogar donde nadie hubiera muerto nunca.
En India en todas las casas hay semillas de mostaza para cocinar. Así que Kisa, ilusionada empezó su búsqueda casa por casa.
Todas las familias a las que visitaba estaban dispuestas a darle la semilla de mostaza, pero cuando preguntaba si en la casa había muerto alguien ya, la respuesta era siempre afirmativa.
Hace unos días le decían unos murió la abuela, el abuelo, un hijo, una hija el marido, la esposa, etc..
Kisa Gotami recorrió cada casa del valle y siempre encontraba a personas que querían ayudarla, pero en todas ellas siempre había habido un muerto.
No había una casa que no hubiera sido visitada por la muerte. La muerte era pues implacable y no dejaba ningún rincón por visitar.
Lentamente, Kisa Gotami se fue dando cuenta que no era la única que lamentaba una pérdida sentida. En cada casa que visitaba encontraba consuelo para su pérdida.
Tras varias jornadas, con dulzura compasiva miró a la criatura fallecida que llevaba brazos y aceptó que la vida había abandonado su cuerpo sin vida.
Así que, con pena, pero a la vez con determinación y conciencia, llevó al bebé al terreno de cremación. Lo depositó sobre la pira de leña, se despidió de él y regresó a visitar al Buda.
Cuando el Buda vio llegar a la mujer sin el bebé y con el vestido limpio este le dio la bienvenida. Le preguntó si había conseguido la semilla de mostaza que se requería para hacer la medicina.
Kisa afirmó haber comprendido que el grano de mostaza que le sugirió el Buda era la medicina no para sanar al bebé sino para sanar su alma.
Con el alma en paz, Kisa dejó su familia y solicitó al Buda que la ordenara monja. Al poco tiempo, meditando por el bosque, Kisa Gotami alcanzó la iluminación.