El dolor físico surge del daño a nuestros tejidos vivos que transmiten nuestras terminaciones nerviosas y este se alivia fácilmente con fármacos.
El morir, como proceso, no tiene que ser la experiencia final de dolor físico ni de sufrimiento espiritual.
Según el Zen, el cuerpo es dolor, ya sea en el placer o en el sufrimiento. Esta filosofía aconseja que no se trata de querer eliminar las sensaciones del cuerpo, sino de mantener una relación diferente con ellas. Las sensaciones son interpretadas por el espíritu y todo viene del espíritu (1).
El dolor frente a la pérdida es un pequeño suceso en el camino de la vida, una realidad que forma parte de nuestra esencia y, por tanto, transmutable.
Cuesta de aceptar, pero la muerte es una maestra, una realidad que impulsa a apreciar lo hermosa que es la vida y lo que hay a nuestro alrededor como parte de este inmenso océano que es nuestra esencia.
Un corto relato Zen ilustra muy bien, a modo de ejemplo, cómo afrontar el dolor vital (físico y emocional) y disolverlo para que devenga bálsamo en la paz que somos y sirva como elixir vital frente al proceso de morir propio o de un ser querido.
"El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional"
Un anciano maestro Zen preocupado por la tristeza en la que estaba sumido su joven discípulo, le pidió que tomara un puñado de sal y la vertiera en un cazo llena de agua con el fin de que se la bebiera.
– ¿Como sabe? – le preguntó el maestro.
– Fuerte y desagradable – respondió el joven aprendiz.
El maestro sonrió y le pidió que se tomara nuevamente un pellizco de sal. Después, lo condujo silenciosamente hasta una tranquila y transparente laguna cercana al Dojo, y pidió al joven que vertiera la sal en sus cristalinas aguas.
Entonces el maestro dulcemente le invitó:
– Bebe un poco de esta agua.
Mientras el agua se escurría todavía entre las manos y la barbilla del joven, el maestro le preguntó :
– ¿Cómo sabe?
-Agradable – contestó el joven.
El maestro nuevamente le preguntó de forma reflexiva:
¿Sientes el sabor a sal?
– No – le respondió el joven discípulo.
El maestro y el discípulo se sentaron y contemplaron el bello paisaje del lago que se abría ante ellos.
Después de un breve silencio, el maestro le dijo al joven:
– El dolor existe. Pero el dolor depende de donde lo colocamos.
Cuando sientas dolor en tu alma, aplícate esta vivencia y disuelve la sensación dolorosa en el seno de toda la belleza y grandiosidad a tu alrededor.
Tenemos que dejar de ser del tamaño de un cazo y convertirnos en una laguna grande, amplia y serena.
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El duelo para el Zen (el budismo en general) es simplemente amor frente a la pérdida, y lo importante es reconocerlo y aceptarlo desde el corazón. De hecho, en las enseñanzas del budismo temprano se valora que el sentimiento de duelo denota una carencia espiritual y apego a la vida humana y material (2).