El duelo es una respuesta psíquica por la pérdida de algo querido. Para muchas personas, la pérdida de la conexión con la naturaleza y la destrucción de la misma se siente como un duelo.
Los científicos han estado advirtiendo desde hace décadas de este dolor latente que afecta al inconsciente colectivo de la humanidad, como consecuencia de alterar la homeostasis planetaria. Se trata de un impacto psíquico que algunas personas sienten como un verdadero duelo, un duelo ecológico.
El duelo ecológico podría definirse como la respuesta psicológica que se experimenta ante las pérdidas de biodiversidad, por la destrucción de los ecosistemas o los paisajes significativos, por la alteración climática y la contaminación global. Todas ellas son pérdidas provocadas por el actual modo de vida humana tecnocientífica sin conciencia.
La Tierra es algo más que un simple planeta orbitando alrededor del Sol. La destrucción de los biomas de la Tierra ocasionadas por el estilo de vida insostenible de la humanidad actual deberían dolernos en el alma.
La Teoría de Gaia, publicada en 1974 por James Ephraim Lovelock (1919-2022) y Lynn Margulis (1938-2011), y actualmente apoyada por centenares de investigadores por todo el planeta, propone una imagen distinta de la de la Tierra. La Tierra no es sólo un planeta con vida pululando por su superficie.
La formulación inicial de Lovelock y Margulis, titulada La homeostasis atmosférica por y para la biosfera: la hipótesis Gaia, asimilaba el planeta a "una entidad compleja, un superorganismo que comprende la biosfera, la atmósfera, los océanos y el suelo de la Tierra, el cual constituye un sistema autoregulador o cibernético con el objetivo de conseguir un ambiente físico y químico óptimo para la vida en el planeta". (1)
Tras décadas de aportaciones científicas la Teoría Gaia demuestra que la Tierra funciona como un macro ecosistema (superorganismo) autoorganizado, autoreferenciado y autoregulado para mantenerse en homeostasis.
En otra escala, (como es arriba es abajo), los seres humanos realizamos nuestra homoestasis vital, entre otros procesos, gracias a la regulación de la microbiota, una pléyade de centenares de diferentes especies de bacterias simbiontes que habitan en nuestro sistema digestivo y epidermis. (2)
En el planeta Tierra son los seres vivos que componen la llamada biodiversidad, quiénes colaboran en su homeostasis, y los humanos, como integrantes de Gaia, no somos ajenos a este mantenimiento vital. (3)
Cada vez hay más evidencias de que la Tierra está sometida de tal forma a la actividad humana que esta no facilita precisamente la regulación natural o sistémica que da vida al planeta.
El calentamiento global, la pérdida masiva de biodiversidad y de tierras fértiles, la contaminación de las aguas continentales, de los mares, y la atmósfera son algunas de las evidencias del impacto ecológico destructivo causado por la sociedad tecnoindustrial que hemos generado.
Esta crisis ecológica planetaria es en realidad una crisis de la especie humana, una pandemia que azota la Tierra desde épocas antiguas, pero que en el último siglo se ha extendido por todo el globo. Una invasión humana global con un impacto brutalmente destructivo para la vida del planeta.
Una cosa es habitar con respeto y la otra la invasión humana sin miramientos de todos los hábitats de la biosfera de la sociedad actual. Una ocupación lacerante que causa estragos ambientales impredecibles.
Esta destrucción de la naturaleza es apreciada, por muchas personas conscientes, con angustia, impotencia, tristeza, desesperación, ira e incluso miedo.
La civilización humana actual ha desarrollado un estilo de vida insostenible para el florecimiento y mantenimiento de la vida planetaria. Y sin embargo, tal como demuestra la teoría Gaia, la Tierra sigue autoregulándose hasta donde le es posible.
Las aportaciones científicas más recientes a la teoría Gaia demuestran que la autorregulación de la biosfera impone límites a la acción humana.
Desestabilizar esta fina capa de homeostasis del sistema gaiano implicará que esta tienda al reajuste. Sin embargo, puede que no lo haga beneficiando nuestro bienestar. (4)
Como humanidad, debemos asumir que el formar parte de un ecosistema autoregulado, como es Gaia, implica que debemos adaptarnos a sus ritmos. Al sobrepasar los límites sistémicos amenazamos nuestra existencia como humanidad.
Aunque cueste admitirlo, estamos perdiendo nuestro entorno vital. Esta realidad, esto provoca que muchas personas sientan la "muerte de la naturaleza" como un luto por la pérdida de nuestro planeta.
El duelo ecológico es una respuesta ante las pérdidas ambientales, particularmente para las personas cuya vida, trabajo y relaciones culturales son más cercanas a estos entornos naturales alterados.
Lamentablemente, los colectivos más afectados son los indígenas, los agricultores y algunos científicos, además de las personas sensibles con el padecimiento de las plantas y los animales de nuestro entorno.
Cuando hablamos de duelo ecológico, también puede entenderse como la pérdida de un bien común que los futuros seres humanos no conocerán. Sólo en lo referente a la biodiversidad de plantes y animales cada año perdemos numerosas especies, y hasta un millón de ellas están amenazadas de extinción (sobre una estimación de ocho millones de especies). (5)
Los cambios en algunos lugares del planeta se están sintiendo de forma atroz sobre las personas, por qué directamente amenazan su supervivencia vital y cultural (sequías, tormentas violentas, pérdidas en los cultivos, subida del nivel del mar, etc.).
La vorágine y la insaciable incontinencia tecnoindustrial actual está directamente socavando los cimientos del futuro estable para la humanidad en muchos lugares del planeta.
Cuando hablamos de duelo ecológico, estamos hablando de una ruptura total de esta conexión con la Tierra. Las implicaciones a largo plazo de estas pérdidas ecológicas son similares al duelo por el deceso de un ser querido. Y uno de sus efectos para la psique humana es precisamente la angustia, en este caso por lo ambiental.
Las etapas del duelo que siguen a la pérdida de una vida humana son bien conocidas: negación, culpa, ira, depresión y en última instancia, aceptación.
Sin embargo, en realidad no tenemos un término para la pérdida de nuestro mundo natural, de la Madre Tierra.
Necesitamos crear herramientas que puedan ayudar a apoyarnos entre los humanos. Cuando le damos nombres a nuestro duelo, podemos hablar sobre él.
Identificar las causas de un duelo permite aplicar terapias concretas para sanar y progresar hacia una acción positiva ambiental y aceptar un crecimiento postraumático.
El duelo por la la pérdida de biodiversidad o por la extinción de especies de plantas y animales silvestres genera un duelo. Identificando este duelo causado por la desaparición de especies silvestres conocidas hasta ahora, podemos generar rituales sanadores.
Cuando creamos un ritual sanador ponemos las bases para pasar a la acción. Es preciso cambiar y adoptar nuevas actitudes positivas para combatir el ego codicioso y finalmente sustituir este ego destructor por un ego sanador inspirado en la frugalidad vital y el respeto por la naturaleza.
Puede que la destrucción que observamos como parte de nuestro comportamiento civilizatorio nos haya llevado a un duelo ecológico, pero aún podemos hacer algo juntos como humanidad para superarlo.
En lugar de intentar huir de la ecoansiedad que surge de esta crisis socioambiental, podemos asumir que sólo cambiando nosotros podemos ser el cambio que queremos ver, cómo dijo Mahatma Gandhi (1869-1948). Y este cambio, exige claramente un estilo de vida inspirado en la naturaleza (biomímesis), en cooperación con la Madre Tierra.
El duelo evoluciona hacia la curación y la paz mental cuando este transmuta el dolor en amor. Amor por la Madre Tierra y en consecuencia adoptando comportamientos respetuosos con el entorno silvestre.
El dolor por la pérdida del mundo natural, no es muy diferente del de la pérdida de un ser querido. El duelo ecológico debe ser la motivación para reconectarnos precisamente con nuestra esencia natural desde el amor por la Tierra de la cual formamos parte.
Tal y como lo expresó la bióloga Rachel Louise Carson (1907-1964) en su emotiva obra El sentido del asombro (1956): "no hay mejor manera de preservar la naturaleza que experimentar su grandeza". Sólo el amor por lo que representa Gaia puede facilitar que cambiemos nuestros hábitos.
Ningún informe científico o innovación tecnológica igualará ese tipo de poder. Tampoco podrá ser con la imposición de medidas políticas. Este es un cambio de paradigma que empieza en el corazón de cada ser humano.
Por eso es importante expresar y compartir las emociones en torno a la destrucción del medio ambiente desde la compasión y el perdón. Eso sin olvidar que la naturaleza tiene sus propias vías de regeneración sin necesidad de los humanos.
Lo relatan con mucha precisión los libros El mundo sin nosotros (2007) de Alan Weisman (existe también una serie documental, Life after people sobre este libro) o Islas del abandono. La vida en los paisajes posthumanos (2022) de Cal Flyn, que ilustran la evolución de los ecosistemas arrasados y donde el mundo natural ha reafirmado su poder salvaje.
Empezar a integrar la muerte como parte de la vida y sus rituales como puede ser con funerales naturales es un paso necesario para frenar el duelo ecológico que está afectando a nuestra civilización.