La tumba es como una cuna. Morir al mundo es nacer en la eternidad. Doris Lussier (1918-1993), escritor y humorista franco canadiense, nos legó acertadas inspiraciones sobre lo que consideraba la belleza de morir.

Un ser humano que muere no es un mortal que termina, es un inmortal que comienza.  Estas son algunas de la reflexiones de este artista. Traducimos algunas de sus palabras recopiladas.

En sintonía cuántica

Aunque por razones culturales nos cuesta asumirla, la física cuántica ya lo ha probado. Un ser humano que muere no es un mortal que termina, es un inmortal que comienza. En esto consiste la belleza de morir.

En una visión del tiempo circular, de la multidimensionalidad que plantea la física cuántica, la muerte no es un adiós sino un hasta pronto.

Es cierto que la pérdida de un ser querido deja un profundo dolor en el corazón.Pero si escuchamos sus latidos atentamente apreciaremos que poco a poco tras el duelo estos se fortalecen.

Otra certeza a la que tenemos acceso es que cuando se ama incondicionalmente no hay nada que perder. Es precisamente esta dicha amorosa la que nos colma todo nuestro ser de la presencia del ser querido.

No importa que una presencia amada se desvanezca físicamente. Si nos sentimos eternidad, y lo somos, la respiraremos por todas partes.

Puede que para algunos las palabras que siguen sean simples bellas oraciones llenas de poesía y ternura. Para otros quizás un sermón religiosa más.

El testimonio de Doris Lussier afrontando su experiencia vista como la belleza del morir como portal de entrada a la Vida, la han sentido así muchos seres humanos a lo largo de la historia que han vivido experiencias cercanas a la muerte.

La tumba es como una cuna

Solo tengo una pequeña fe natural, frágil, parpadeante, gruñona y siempre preocupada.
Una fe que se parece más a la esperanza que a la certeza.

Pero ya ves, a la breve luz de mi débil razón, parece irracional, absurdo, injusto y contradictorio,
que la vida humana sea solo un pasaje insignificante de unos pocos millares de días en esta tierra, a menudo desagradecida y suntuosa.

Me parece impensable que la vida, una vez que comenzó, estúpidamente se termine;
y que el alma, como si de un esplandor efímero, se hunda en la nada, ella que ha sido en vano el lugar espiritual de tan ricas esperanzas y dulces afectos.

Me parece repugnante tanto a la razón humana como a la providencia de Dios. que esta existencia sea sólo temporal y
que un ser humano no tenga más valor o destino que el de una piedra.

Ya he vivido mucho más de la mitad de mi vida;
sé que estoy al otro lado de las cumbres alcanzadas y que tengo más pasado que futuro.

Así que sabiamente domestiqué la idea de mi muerte. La domestiqué y la hice mi compañera tan cotidiana que ya no me asusta, o casi.

Por el contrario, la muerte como compañera ,llega a inspirarme con pensamientos de alegría.
La muerte parece enseñarme a vivir. Tanto es así que he llegado a pensar que la muerte real no es morir, es perder la razón de vivir.

Y pronto, cuando sea mi turno de escalar detrás de las estrellas, y para pasar al otro lado del misterio, sabré cuál fue mi razón de vivir.
No antes.

Morir es aprehender esta finitud.
Sin esperanza, la muerte deja de tener sentido, aunque tampoco lo tiene la vida.

Lo que encuentro hermoso en el destino humano, a pesar de su aparente crueldad,
es que para mi morir no es terminar, es continuar de otra manera.

Morir

Un ser humano que muere, no es un mortal el que termina.
Es un inmortal que comienza.

La tumba es como una cuna.
Morir al mundo es nacer en la eternidad.
 
Porque la muerte es solo la puerta negra que se abre a la luz.
La muerte no puede matar lo que no muere.
Nuestra alma es inmortal.
Solo hay una cosa que puede justificar la muerte ...
Es la inmortalidad.

Morir, en el fondo, es quizás tan hermoso como nacer.
¿No es igual de bello el sol poniente que el sol naciente?
¿No es un barco que llega a buen puerto, un evento feliz?

Y si nacer es solo una forma dolorosa de acceder a la felicidad de la vida,
¿Por qué morir no sería una forma dolorosa de acceder a la dicha?

Lo más bonito que leí sobre la belleza de morir, fue Victor Hugo quien lo escribió.

Se trata de una admirable canción de esperanza, al mismo tiempo que de un poema de inmortalidad:

"Yo digo que la tumba que se cierra al morir, se abre el firmamento,
y que lo que tomamos entonces como el final, es el comienzo
".

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